17.03.2008 – L.REGINO MATEO DEL PERAL (QUINO)
Después de tantos años los cántabros que residimos fuera de la tierruca a medida que transcurren los años valoramos más nuestras raíces, así como aquellos recuerdos sobre nuestra infancia y adolescencia. Esa añoranza en la madurez aflora con más auge, es la fase del equilibrio y la serenidad, de la meditación pausada, del aprecio y valoración de esas vivencias inolvidables. En esa retrospectiva sobre tu existencia, sientes esa melancolía por la bella ciudad de Santander (donde nací) y esas comarcas inolvidables, como el valle de Campoo de Suso (en el que nació mi padre), hermoso paraje, cuyas excelencias glosó, nuestro insigne poeta Gerardo Diego, en su entrañable obra poética: “Mi Santander, mi cuna y mi palabra”.
En la calle Castelar, 3, en el edificio hoy emblemático del Grupo Vitalicio, es donde mi madre, María Asunción (Mamina) dio luz a los gemelos, Carlos y L.Regino, asistida por el Doctor Cabello. Estoy seguro que mi padre, Regino Mateo de Celis se llevó una gran alegría, ya que en aquellos tiempos había en la ciudad muy pocos gemelos y mellizos. Fuimos diez hermanos: Alberto- José (Pepín), Diego-Ignacio(Pocholo), Francisco-Javier(Chisco), María Asunción (Mary), Luis-Regino (Quino) y Carlos (los gemelos), María Cristina, María del Carmen (Menchu), Jesús María (Chito) y María de los Ángeles (Lines). Encima de nuestro piso vivían los Lamelas Olaran, que eran otros diez hermanos y en el portal nº1 los Estrada que igualmente formaban otra familia de diez hermanos, hecho curioso que incrementó sensiblemente el crecimiento demográfico de la ciudad.
La calle, junto a su alameda, fueron realizadas en 1896, conforme al proyecto urbanístico de Alejandro Valle y mediante acuerdo plenario del Consistorio santanderino, en 1899, pasó a denominarse esta vía con el nombre de Castelar, como recuerdo y homenaje al insigne maestro de la oratoria, último presidente de la I República españala, que reemplazó a Nicolás Salmerón.
Castelar vinculada a Puertochico como otras calles próximas: Juan de la Cosa, la Plaza de Matías Montero, Casimiro Sainz, Hernán Cortés y Peña Herbosa. Esa era la zona del antiguo Barrio Pesquero, el último reducto de los raqueros que robaban a los niños pijos de Castelar las canicas , acaudillados por el Caroma que llegaban de San Martín, al grito preventivo de «¿chinel, el guardia!».
Aquellos raqueros de una indudable pericia en arrojarse al mar para bucear en la búsqueda de cualquier moneda que se les tirase y ahí está el reflejo de su proeza en esas bellas esculturas de bronce colocadas cerca de Puerto Chico y el Club Marítimo que nos evocan la vida de aquellos chavales que subsistían con dificultades.
Aún tienes el nostálgico recuerdo de aquellos barcos de vapor de gran tonelaje, que anunciaban su llegada para atracar, conducidos por remolcadores como el Conde de Ruiseñada, con ese ruido tan ensordecedor de sus sirenas.
La lonja y el mercado del pescado se hallaban situados en Casimiro Sainz y allí en una especie de puesto a la entrada de hallaba un personaje popular ‘La Cruza’, con porte de faraona, rodeada de barrotes, que vendía a los chavales del contorno toda clase de chucherías desde chufas, cacahuetes, regaliz etc. La picardía nuestra consistía en ‘tirarla de la lengua’, procurando escudarte en el incauto que te acompañaba para que los insultos que pronunciaba los dirigiera contra él, improperios que radicalizaba aún más si haciéndote el listillo la decías «Cruza, encima se ríe».
Era la época en que las esposas de los pescadores se sentaban en los bancos de Castelar, cuando la calle aún no estaba asfaltada, y presenciabas aquellas deliberaciones entre ellas y, como si fuera un combate de gladiadores, sus altercados, en los que oías expresiones de un alto voltaje con un lenguaje descarnado y visceral, que seguro lo hubiera reflejado con esa calidad y crudeza que le caracterizaban nuestro escritor y pintor José Gutiérrez Solana, como lo hizo con los barrios bajos de Madrid, en su excelsa obra. Cierta vergüenza debían tener las pescadoras cuando te veían a su vera y te decían: ¿Niño vete para casa, que tú no debes oír esas cosas¿
Quien mejor que Nicolás Ochoa, Kalín , para describir ese ambiente del Santander costumbrista y popular en su excelente libro: «El Puertochico que yo conocí», como, por ejemplo, el cine: ‘El Pulguero’, al que asistíamos cuando chavales y oíamos a algunas pescadoras churrar en el suelo en la proyección de la película.
Yo me vine a los madriles, en el año 1962, y aquí me quedé y formé mi familia, casándome con una madrileña y tres hijos que aman a Cantabria, como lo harán, en su día mis cuatro nietos, aún pequeños. En Madrid aunque no alcancé la categoría de gato, pronto me identifiqué y adapté a esta ciudad cosmopolita, aunque la añoranza y los recuerdos por Santander siempre están presentes en mi memoria como el Racing, el mar, la montaña, las rabas, los caracolillos (en Madrid, bígaros), y tantas otras cosas. Quiero aclarar que Gatos se llama a los madrileños de tres generaciones, para ejemplificar la gesta de aquellos valerosos madrileños que escalaron con gran habilidad la muralla árabe, introduciendo sus dagas entre las rendijas de la muralla, en la conquista de Madrid por Alfonso VI, en el año 1083. La zona del antiguo Barrio Pesquero -Puertochico- era el último reducto de los raqueros que robaban las canicas a los niños pijos de Castelar
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