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Fray Alberto de la Madre de Dios (Santander, Cantabria, 1575 – Pastrana, Guadalajara, 1635) fue un arquitecto español, hijo del hidalgo Jerónimo de la Puebla e Isabel de Cos. Formó parte de la Orden del Carmen Descalzo.
Hasta hace pocos años era considerado como un simple aparejador; en la actualidad, gracias a los constantes descubrimientos documentales, está reconocido como uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XVII y el introductor de las primeras formas barrocas en Castilla.
Nacido en Santander en 1575, era hijo del hidalgo don Jerónimo de la Puebla y doña Isabel de Cos. Ingresó en la orden del Carmen descalzo muy joven, donde sus trabajos iniciales estuvieron ligados a la cocina, lo que sabemos por la ocasión en la que preparó una comida para reponer al mismísimo San Juan de la Cruz . Pronto debió abandonar estos menesteres para aprender arquitectura de la mano de fray Francisco de Jesús, fray Jerónimo de la Madre de Dios y fray Tomás de Jesús, arquitectos de su orden.
Su primera participación arquitectónica está documentada en Barcelona en 1603, a donde acude por orden del general Josep Dalmau para proyectar el desaparecido convento de San José de las Ramblas. En la documentación, se hace referencia al arquitecto como “hermano Alberto frare llec gran trassador” , lo que nos hace pensar en un consistente rodaje profesional del artista en fechas muy tempranas.
En 1606 figura ya como tracista oficial de la orden carmelita en la obra del convento de Medina de Rioseco, cuando contaba con tan sólo 31 años, lo que fue el inicio de su brillante carrera. Este cargo le obligaba a llevar muchas obras a la vez, lo que no le permitía permanecer demasiado tiempo en cada una, salvo el necesario para trazar o acomodar la traza, moderar, supervisar, aconsejar o tasar obras, siempre encargadas a otros maestros profesionales no religiosos. Por eso no todas las obras fueron terminadas con la misma calidad, lo que dependía de la habilidad de sus directores y de la bonanza económica de los clientes.
A partir de 1610, el prestigio de fray Alberto creció considerablemente, cuando los generales de su orden le encargaron un edificio Real, el Monasterio de la Encarnación de Madrid, fundado por la reina Margarita de Austria en 1610. Su fachada, calificada por Bonet Correa como “el tipo más castizo de fachada de iglesia española, el correlato de los que para Italia y Europa es la fachada del Gesu de Roma, por el Vignola”. Con la máxima sencillez arquitectónica fray Alberto logró crear una fachada realmente bella que sirvió de modelo durante décadas. Sin dejar a un lado la elegancia, consiguió escenificar los preceptos de pobreza señalados por Santa Teresa de Jesús, la fundadora de su orden: los carmelitas descalzos.
En esos momentos fray Alberto estaba considerado como el arquitecto más importante del momento, y una vez muerto Francisco de Mora, el carmelita quedó al frente del resto de obras reales, hasta que en 1616 Juan Gómez de Mora tomó la iniciativa. En esos años su actividad es portentosa, trazando obras en Salamanca, Madrid, Uceda, Lerma, Burgos, Alcalá de Henares, Huete, Cuenca, Caravaca, Toro, Viso del Marqués, Valdemoro, Ocaña, Villaconejos , Guadalajara y otros lugares.
El carmelita debió ser un artista apasionado en la defensa de los proyectos, famosas fueron las discusiones acaloradas que mantuvo con Jorge Manuel Theotocópuli sobre la cúpula exterior de la capilla Mozárabe de la catedral de Toledo.
Según el profesor Chueca Goitia, fray Alberto es “el iniciador de las nuevas formas barrocas en Castilla”.
Hasta la fecha se creía que la arquitectura de fray Alberto siguió casi hasta el final de su vida el mismo modelo carmelitano , sin embargo, comenzó a innovar mucho antes. La iglesia de Gascueña y la capilla del Sagrario en Cuenca constituyen obras que pertenecen al primer Barroco, en la que se experimenta con los órdenes arquitectónicos y los elementos decorativos invaden las superficies.
La preminencia y consideración profesional que poseía el arquitecto queda palpable en los informes que proporciona para resolver diversas cuestiones y problemas que le plantean los clientes y otros maestros. En alguno de ellos, fray Alberto demuestra su conocimiento de los tratadistas, especialmente de Vitruvio , con el que debía sentirse identificado. En ese sentido, fray Alberto representaba mejor que nadie la imagen del arquitecto perfecto descrita en el tratado. La propia denominación de “tracista”, procedente del tratado vitruviano, es retomada por el artista, haciendo honor a la concepción de la arquitectura como un arte que consta de significado y significante, que se corresponden con el proyecto y la demostración.
En el obispado de Cuenca desarrolló una intensa actividad bajo el mecenazgo del obispo Andrés Pacheco. El administrador de las obras del convento del Santo Ángel llegó a decir que: “su señoría fia tanto del padre fray Alberto que no querrá que otra persona intervenga en esto, sino la suya”. Este elogio constata el poder y control del carmelita en el obispado durante la segunda década del siglo XVII. La primacía de fray Alberto, avalada por su mecenas, se palpa no solo en los diversos y variados proyectos que presentó por toda la diócesis sino también en el estricto control que, en ocasiones, el arquitecto asumió en la adjudicación y ejecución de las obras. Sin duda, la influencia del arquitecto fue determinante para la elección de Francisco del Campo como veedor general de obras del obispado, garantizando con ello que la visión teórica del carmelita no fuese alterada durante la ejecución de los proyectos.
De sus amplios trabajos podemos diferenciar dos etapas: una primera en la que el Clasicismo, desposeído de cualquier tipo de ornamentación, roza la austeridad absoluta. A esta etapa corresponden los conventos de Yepes, Medina de Rioseco, Cuenca, San Clemente, Huete, etc.
En una segunda etapa artística, fray Alberto comienza a combinar diferentes colores y materiales, utiliza pilastras cajeadas con el fin de lograr un mayor relieve, altera los órdenes clásicos, jugando con ellos y mezclándolos, y abre la puerta a la incorporación de ricos retablos con elementos propios del Barroco pleno como modillones y cartelas al tiempo que consiente que todos los muros sean decorados con pinturas. Su obra más importante de esta segunda etapa es la capilla del Sagrario de la Catedral de Cuenca, pero también llevaría a cabo otras notables obras como la capilla mayor de la iglesia de Gascueña, la iglesia parroquial de Motilla del Palancar, las torres de las iglesias de Buendía y Campillo de Altobuey o el impornente Santuario de la Vera Cruz en Caravaca.
En último lugar, la intensa actividad de este arquitecto finalizó en el convento carmelitano de Pastrana, donde murió el 27 de diciembre de 1635. En el libro becerro de este monasterio se le denomina como “uno de los más acertados y eminentes arquitectos de España” y que murió “en opinión de santidad”.