El novelista canario visitó por primera vez Santander en el verano de 1871, acompañado de su hermana Concha, soltera, y de su cuñada Magdalena, viuda. Rápidamente, tomó amistad con el narrador de las costumbres montañesas, el conservador José María de Pereda, encantado con tener allí a un colega, que por entonces abandonaba el periodismo y se abría paso en la Literatura. Galdós había escrito para los periódicos y había realizado bocetos ilustrativos para ellos, como las escenas del proceso contra Higinia Balaguer, acusada del crimen de la calle de Fuencarral y ajusticiada en garrote vil. En febrero de 1868, sacaba en La Abeja Montañesa un artículo sobre Rossini, evidente señal de que Santander ya estaba en su pensamiento. Galdós se había estrenado como novelista en 1870 con La Fontana de Oro, un relato de conspiraciones liberales contra el gobierno absolutista y tiránico de Fernando VII. Había dado también por entregas su novela corta La sombra, de matiz neogótico e inspirada por el tema del doble. Durante esa década, alumbraría una serie de novelas de tesis, (“teológicas”, como las tildaba Marcelino Menéndez Pelayo) cuya máxima inquietud residía en el enfrentamiento ideológico a costa de un escaso calado psicológico. Nos estamos refiriendo a Doña Perfecta (1876) y Gloria (1877), principalmente. De ese momento es también su delicado folletín Marianela, ambientado en tierra cántabra, y obra muy querida por su autor. En 1873, Galdós inaugura los Episodios nacionales con Trafalgar. En Santander tenía el novelista mar y montaña, en un clima muy suave y benigno en estío, hasta lluvioso. Su puerto posibilitaba el enlace con otras capitales europeas en los grandes buques de la Compañía Trasatlántica, propiedad del primer marqués de Comillas, don Antonio López, admirador de Galdós (hasta que este se declaró republicano). Entre 1871 y 1890, permanece los veranos Galdós en Santander, a menudo de julio hasta octubre. Pereda es el encargado de buscarle alojamiento en algún hotelito. Allí tiene sus escarceos amorosos más sonados, pues le encanta echar unas canitas al aire junto al Cantábrico. Y nos habla de los lances de otros, como el del rey Amadeo de Saboya con la “Dama de las patillas”, Adela Larra, hija del escritor.
En la década de 1880, justo después de que su hermano Ignacio fuera nombrado gobernador militar de Santander, el pulso de Galdós como novelista progresa y se robustece. Curiosamente, ya no habla de la Montaña, sino de Madrid, en un nuevo estilo que busca más el distanciamiento del personaje y el multiperspectivismo objetivo. El elocuente cronista de la Villa y Corte habla del impulso irrefrenable de la naturaleza, del fracaso ante él del infundio teológico cristiano, y de la impiedad, la hipocresía y la ingratitud extrema. Son tiempos para La desheredada (1881), Lo prohibido, Fortunata y Jacinta y Miau (1888). En 1890, Galdós se decide a construirse una residencia propia en la ciudad, y compra una parcela, que amplía el año siguiente. Él mismo diseña los planos iniciales de lo que será su chalet, “San Quintín”, que le firma en seguida el arquitecto Casimiro Pérez de la Riva. Las dos primeras hipotecas para iniciar la construcción le suponen tener que devolver 24.000 pesetas de entonces. En 1899, aún solicita otro préstamo por 35.000 más, después de haber satisfecho los primeros. Galdós se financia muy bien con sus nuevos estrenos teatrales, que algunos son adaptaciones de sus novelas.
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