Dies Domini 2-11-2008

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Evangelio
Era ya eso de mediodía cuando se oscureció el sol, y toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. El velo del templo se rasgó por medio. Jesús gritó con fuerza: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».Y dicho esto, expiró.Viendo lo que sucedía, el centurión glorificaba a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era inocente».La muchedumbre que había acudido al espectáculo, al ver lo ocurrido, se volvía a la ciudad dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Lucas 23,44.49; 24,1-6
Comentario
Muriendo, destruyó nuestra muerte. La conmemoración de los fieles difuntos llena este domingo con la oración por los que han muerto en el Señor y deben purificarse por el fuego del purgatorio, antes de ver a Dios cara a cara. «La calidad de la obra de cada cual -escribe san Pablo a los corintios-, la probará el fuego». El purgatorio no es un invento de los teólogos o una explicación medieval de algo que no sabemos lo que es. En la tradición viva de la Iglesia, se ha continuado con la práctica, ya presente en el pueblo judío, de ofrecer oraciones y sufragios por los difuntos para que sean librados de sus pecados. «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (Catecismo de la Iglesia católica, n.1030). Ésta es la doctrina católica sobre el purgatorio.Creado el hombre a imagen de Dios, el pecado ha roto esa imagen, dejando al hombre desencuadernado. Jesucristo, por su muerte y resurrección, ha alcanzado para el hombre una restauración más hermosa, que habrá de realizarse con la colaboración humana, como se ha realizado la obra de la Redención. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia», escribe san Pablo a los romanos. Si el pecado rompe nuestra relación con Dios, el perdón y la misericordia de Dios la restablece inmediatamente. Pero quedan cicatrices y secuelas de nuestros pecados ya perdonados. Y aquí viene la acción maternal de la Iglesia, que nos acompaña y nos ayuda en esa purificación total. Los sufrimientos y las penalidades de la vida ayudan mucho en este camino de purificación, en la que todos habremos de pasar por la noche oscura activa y pasiva del sentido y del espíritu, como nos enseña san Juan de la Cruz. Pero la muerte puede llegarnos sin haber terminado ese proceso de purificación, o porque lo hemos aplazado o porque lo hemos rehuido. Y aquí viene, una vez más, la misericordia abundante de Dios, que a través de una ducha de amor nos dispone para entrar en el banquete del Reino. El purgatorio, por tanto, es una demostración, postmortem, de la misericordia de Dios para con sus hijos, con la colaboración de la Iglesia. Es preferible pasarlo en la etapa terrena, porque además de purificarnos de nuestras cicatrices, nos ensancha en la capacidad de amar para toda la eternidad. Pero si no lo hicimos en la tierra, lo completaremos en el purgatorio. Este domingo oramos por nuestros difuntos con la firme esperanza de que nuestra oración les llega, les alivia, les acelera el paso para contemplar el rostro beatificante de Dios.
Demetrio Fernández, Obispo de Tarazona
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