Montañeses ilustres: Luis Vicente de Velasco e Isla

Batalla Naval del Castillo del Morro

Capitán de Navío de la Real Armada Española.
Nació en la villa de Noja, en Santander el día nueve de febrero del año de gracia de 1711. Sentó plaza de guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz en el año de 1726, cuando tenía quince años.
Con su paisano Antonio de la Colina, recibió el bautismo de fuego en los ataques a Gibraltar. También coincidieron los dos en su destino en la escuadra del general Cornejo, que llevó a la conquista de Orán al ejército del duque de Montemar.
Velasco prestó servicios en aguas de América y en las del Mediterráneo, combatiendo contra los berberiscos; con el grado de teniente de navío en 1739 al romperse las hostilidades contra el Reino Unido; al principio de la guerra tomó parte en algunos encuentros, ascendiendo a capitán de fragata hacía el año de 1741.
Al mando de una fragata, pasó a América con los refuerzos que en el año siguiente se enviaron a las Antillas.
En junio de 1742, cruzando entre Veracruz y Matanzas, le salió al encuentro una fragata británica más fuerte que la suya; a lo lejos se divisaba un bergantín, también británico, que pugnaba por acercarse a la fragata para reforzarla, sin permitírselo la escasez de viento. Calculó Velasco que podía rendir a la fragata antes de que la pudiese auxiliar el bergantín; le presentó la banda y rompió contra ella un vivísimo fuego, ejecutado con maestría. Cuando pudo acercarse más se abarloó, lanzándose intrépidamente al abordaje al frente de sus hombres, rindiendo a la fragata en cuestión, antes de que se pudiera acercar a tiro el bergantín. Aseguró la presa y se lanzó contra éste, infiriéndole dos balazos a flor de agua, que le hicieron pedir auxilio y rendirse. Con sus dos presas entró Velasco en el puerto de La Habana; el número de prisioneros era casi el doble que el de los que las habían rendido; la población le recibió con júbilo indescriptible.
El veintisiete de junio del año 1746, al mando de jabeques de la guarda de la costa norte de la isla de Cuba, se apoderó, también al abordaje, de otro buque de guerra británico del porte de 36 cañones y con 150 hombres de dotación.
Durante la paz que siguió, continuó Velasco navegando y hizo viajes entre América y Europa, en las escuadra de los generales Regio y Spínola.
Fue ascendido a capitán de navío el veinte de marzo y se le dio el mando del navío “Reina”.
En junio de 1762 seguía Velasco con el navío “Reina”, formando parte de la escuadra del general Gutierre de Hevia, marqués del Real Transporte. El día seis se presentó ante el puerto una escuadra al mando del almirante Pocock, con transportes portadores de un cuerpo de desembarco, a las órdenes del conde de Albemarle.
La flota atacante embocó el Canal Viejo de Bahama, lleno de bajerío, por donde no se esperaba se atreviese tan nutrido convoy, de unas doscientas velas: con veintisiete navíos de línea, quince fragatas, nueve avisos, tres bombardas y ciento cincuenta transportes.
Aún se dudaba de su actitud hostil, suponiendo fuese un convoy mercante anual entre Jamaica y el Reino Unido.
La entrada del puerto de La Habana estaba guarnecida por el castillo del Morro, antiguamente llamado “de los tres Reyes”, y la junta de guerra encargó de su mando al intrépido Velasco. A los otros comandantes de los buques también les fueron adjudicados otros castillos con el mismo objeto, ya que se desistió de efectuar una salida por ser las fuerzas navales enemigas muy superiores a las españolas, que sólo consistían en ocho navíos de línea a flote más otros menores.
Se fortificó también la altura de la Cabaña, entonces sin castillo, pero que dominaba al del Morro.
Los Británicos desembarcaron al este de la boca, en Cojimar y Barucano, y atacaron a la Cabaña en número de 8.000; avanzaron hacía Guanabacoa, en el fondo de la bahía, pero en vez de atacar a La Habana sin hacer caso del castillo del Morro, que no era su llave, se empeñaron en conquistar esta fortaleza. La boca del puerto se había obstruido con tres navíos barrenados por orden de la junta.
Al oeste de la plaza, después de batir la torre de la Chorrera, desembarcaron también 2.000 británicos.
Una de las primeras medidas de defensa que tomó Velasco, fue macizar la puerta del castillo a su cargo, no dejando más comunicación con el exterior que la marítima, arriando e izando gentes y pertrechos, por unos pescantes de bote que afirmó al parapeto por el lado de la bahía. En todos los trabajos tomó parte principal la maestranza del arsenal de marina.
“La fortaleza abrazaba entonces un circuito de 850 varas, que era cuanto consentía la superficie de un peñón elevado naturalmente veintidós pies sobre el nivel de la mar…. Las cortinas arrancaban del mismo nivel de la mar, formando polígono irregular esmerado en el frente sur; el de la gola, donde estaba la puerta principal con buen foso, rastrillo y rebellín en su centro, flanqueándola en los extremos los dos baluartes nombrados de Tejada el del este y de Austria el del oeste”. El castillo tenía 64 cañones, entre sus frentes terrestre y marítimo. La guarnición inicial la componían 3.000 soldados de línea, 50 de marina, 50 artilleros y 300 gastadores negros, que se relevaban cada tres días.
Más adelante se reforzó el Morro con las dotaciones de los buques y además de los 50 soldados de marina llegó a haber 479 entre condestables, artilleros de mar y marineros.
El día once los británicos ocuparon la Cabaña. Desde la fortaleza se oía talar el monte para la fortificación de los asaltantes.
El día uno de julio destacaron los británicos cuatro buques para batir la fortaleza desde el lado de la mar, desde la menor distancia que permitiese su calado. No fue posible destruir las baterías con que la bombardeaban desde el lado de tierra, ya que poco podía el ataque que autorizó la junta, sólo con 640 hombres, contra un campo atrincherado de los atacantes guarnecido por 6.000 efectivos.
El combate de la batería de Santiago contra los cuatro buques británicos fue de colosal violencia: treinta cañones del castillo contra ciento cuarenta y tres de cada banda de la línea de buques oponentes.
El “Cambridge”, que fue el que se acercó más, perdió a su capitán, tres oficiales, la mitad de su dotación y toda su arboladura, y se hubiese ido a pique bajo los mismos muros del castillo, de no haber sido tomado a remolque por el “Marlborough”. El “Dragón” le relevó en el empeño, y si bien desmontó a Velasco muchas piezas, tuvo también que apartarse con grandes averías. El “Stirling” se separó ileso, y por apartarse del fuego cometiendo un desatino, fue depuesto por su comandante en jefe, y eso que era el más antiguo de los cuatro capitanes.
Al mismo tiempo se rechazaba un vigoroso ataque por el lado de tierra, por el de los baluartes de Austria y Tejada, embestidos fieramente por las fuerzas de Keppel.
Los fuegos de los atacantes eran seis veces superiores a los de la defensa; Velasco llevaba 37 noches sin desnudarse y sin apenas dormir, era incansable y daba a todos el aliento de su elevado espíritu. No sólo era el cerebro de la defensa sino su alma toda.
Recibió una fuerte contusión y, por orden terminante del marques del Real Transporte, hubo de retirarse a la plaza el día quince de julio, acompañado del capitán de fragata Ponce y del sargento mayor de la fortaleza Montes, siendo sustituidos por Francisco de Medina y Diego de Argote, comandantes del navío “Infante” y de la fragata “Venganza”.
Desde tierra empezaron los británicos a batir las baterías del Morro del lado de la mar con una que instalaron en la ensenada de San Lázaro, al otro lado de la bahía y al norte de la ciudad.
Viendo que la defensa del Morro se debilitaba y que Montes se restituía a su puesto a los tres días, Velasco lo hizo el día veinticuatro, llevando consigo como segundo en el mando al heroico capitán de navío el marqués de González, comandante del “Aquilón”.
Se fue debilitando aparentemente la presión enemiga, mientras alistaban los acatantes una mina contra el baluarte de Tejada, que quedó lista el día veintinueve. También este día se reforzaron las fuerzas atacantes al oeste de la ciudad, desembarcando en la Chorrera el general Burton con fuerzas procedentes de Nueva York.
Velasco consultó si evacuaba el castillo, con lo que la defensa de la ciudad se reforzaría con 1.00 hombres, pero no recibió respuesta de la junta.
No era explicable la insistencia británica en atacar el castillo del Morro y no la ciudad, al estar taponada la boca.
El día treinta, después de pasar revista a algunas obras que se estaban reparando y de dirigir algunos fuegos sobre el campo enemigo, se retiró Velasco a almorzar con González: (después de observar la inmovilidad del campo abrasado por el Sol), dice el parte:
Como a la una y media de la tarde se oyó un sordo estampido que no podía confundirse con los fuegos que ordinariamente se hacían. La mina había abierto una pequeña brecha en el baluarte de la Tejada; al no ver defensores en las inmediaciones, trepó a lo alto un grupo de veinte granaderos británicos, a los que siguieron muchos más.
El capitán Párraga, con denodada determinación y con sólo doce soldados, detuvo unos minutos a los asaltantes en la rampa, que desde el baluarte descendía al interior del recinto, pero pronto sucumbió ante el elevado número de sus enemigos. No obstante, su resistencia consiguió alertar a Velasco, que con atronadora voz y la espada en la mano acudió intrépidamente, al frente de tres compañías, a tratar de impedir la entrada de los asaltantes en la plaza de armas del castillo.
A la primera descarga cayó gravemente herido en el pecho, recomendando a su segundo que no desamparase la bandera que ondeaba luciendo al Sol de Cuba. González acudió a defenderla, cayendo junto a ella mortalmente herido y a su lado otros siete oficiales que acudieron igualmente a cubrir ese puesto de tan alto honor.
Montes también fue herido; al fin hubo de izarse la bandera blanca, pues toda resistencia, sólo provocaría más bajas.
Keppel entró en la fortaleza; se precipitó en la sala de armas, donde curaban a Velasco, le abrazó y le dio a escoger entre pasar a curarse a la plaza o ser asistido por los mejores médicos británicos; optó por lo primero, como no podía ser de otra manera.
A las seis de aquella misma tarde se hizo una tregua, siendo conducidos a la plaza en una falúa Montes y Velasco, acompañados por un ayudante del campo de lord Albemarle. Las heridas de ambos no presentaban carácter mortal; la de Velasco, aunque en el busto, por un costado, no dañaba los pulmones ni ninguna víscera, lo que presagiaba una larga temporada en la cama, pero nada más. No obstante le subía la fiebre; se consideró indispensable la extracción de la bala, y después de realizada la dolorosa operación, que sufrió con gran estoicismo, sobrevino el tétanos y con él la inesperada muerte, pues su herida no era para ello.
Expiró rodeado del marqués del Real Transporte, del de la Colina, de su sobrino el alférez de navío Muñoz de Velasco, herido antes en el Morro, y de otros amigos, a los que dejó consternados.
En caballeresco gesto suspendieron los fuegos los atacantes y los defensores de La Habana, para poder tributar al heroico Velasco el postrer homenaje, tan merecido como necesario. Se le enterró el uno de Agosto, con la posible solemnidad, que permitía el caso dado los continuos combates, en el convento de San Francisco.
Cuando lord Albemarle daba cuenta a su gobierno se expresaba, refiriéndose a Velasco, llamándole: “El capitán, más bravo del Rey Católico”.
El marqués del Real Transporte decía en su parte, que a su imitación “toda la oficialidad, guarnición y tripulación obraron todos con tanto desprecio de la vida, como tuvieron de ambición a dar un glorioso día a las armas del rey”.
El día doce, conquistados la Cabaña, el Morro y la loma de Arostegui, privada la ciudad de agua potable y falta de pólvora, la junta se vio en precisión de rendirse.
La Academia de San Fernando organizó algunos certámenes para perpetuar la hazaña de Velasco. Se acuño una medalla en que aparecen juntas, su efigie y la de González.
El rey Carlos III mandó erigir una estatua del primero en el pueblo de Meruelo, cercano a Noja, y en ella se le representa como cayó: con la espada en la diestra y llevándose la otra mano al costado izquierdo. Mandó también el rey que hubiera siempre en la real armada un navío llamado “Velasco”.
El rey concedió para sus sucesores el marquesado del Morro de Velasco, uniendo de este modo los nombre del castillo y el del que había sido su heroico defensor.
(Por el contralmirante Carlos Martínez-Valverde y Martínez y Antonio Luis Martinez Guanter).

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