Hoy celebramos la festividad de San Benito de Nursia, Patrón de Europa.En efecto, el día 24 de octubre del 1964, el papa Pablo VI declaraba, a san Benito, abad, “Patrón principal de Europa”, en el monasterio benedictino de Monte Casino. El papa san Gregorio Magno (540-606), autor de su primera biografía, le llama “bendito por gracia y por nombre, ejemplo de hombres, maestro de virtudes y valeroso guerrero”.San Benito nace el año 480, en Nursia, Italia, en el seno de una familia patricia. Siendo adolescente, sus padres le envían a Roma a proseguir sus estudios. Encuentra una ciudad decadente y de malas costumbres que no le gusta, gobernada por el bárbaro Odocrato. Contrariado, se retira a las montañas solitarias de Subiaco “soli Deo placere cupiens” (deseando solo agradar a Dios), a decir del papa Gregorio Magno. Hace una vida de ermitaño durante tres años en una cueva. A su alrededor se congregan numerosos cristianos que forman doce comunidades que dirige. Las familias romanas acuden a ellas para que eduquen a sus hijos, entre estos figuraban Mauro y Plácido que serán sus amigos y fieles discípulos de su confianza.
Ciertos monjes celosos de su éxito, a quienes había corregido por su conducta, intentan acabar con su vida. En estas circunstancias, abandona Subiaco acompañado de sus fieles monjes y se refugian, en el año 529, en el Monte Casino, Lacio. Se instalan en este lugar, donde antiguamente había un templo dedicado a Júpiter. Aquí, en el año 540, Benito, persona austera y enérgica, redacta con su puño y letra la “Regula monachorum” (Regla de monjes), compuesta de un prólogo y de 37 capítulos. Con ella nace la Orden benedictina. Tenía una hermana, llamada Escolástica, mujer dulce, cofundadora de las monjas benedictinas. Muere en dicho monasterio, en el año 547.
La Regla de san Benito comienza dando una definición de monjes, “son los que viven sujetos a una Regla y a un abad que hace las veces de Cristo”. Manda “ al abad que no haga distinción de personas, no ame a uno más que a otro, sino al que en obediencia y en virtud hallare más aprovechado, tenga a todos por igual amor y les enseñe según sus méritos, teniendo presente la norma del apóstol que dice arguye, ruega reprende”.
A continuación, da una lista larga de buenas obras que los monjes deben practicar en los claustros del monasterio, y unas sabias instrucciones sobre la obediencia, el silencio y la humildad. Sobre la obediencia escribe “será grata a Dios y dulce a los hombres si lo que se manda se hace sin negligencia, sin tardanza, sin tibieza y sin murmuración”; sobre la conveniencia del silencio dice “el hablar y enseñar toca al maestro y oír y escuchar conviene al discípulo”; y sobre la necesidad de la humildad enseña “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado, según palabras evangélicas”.
Ordena “los monjes no tengan cosa alguna propia, que todas las cosas sean comunes a todos y se repartan conforme a cada uno necesite, tengan cuidado de los enfermos, permitiéndoles a ellos y a los debilitados comer carne para que se recobren”. Manda “el abad sea electo por común acuerdo de la comunidad o por la menor parte si fuere con mayor acierto, procurando tenga los méritos de virtud y sabiduría, aunque sea el último de la comunidad; y “el abad u otro monje reciba con muestras de sincera caridad a los huéspedes, sobre todo a los pobres y peregrinos”.
La Regla de los monjes de san Benito ordena sus vidas hacia la alabanza divina, llamada “ opus Dei”, (obra de Dios), desde que nace el sol hasta su ocaso, recitando y cantando maitines, laudes, prima, sexta, nova, vísperas y completas; ordena su encuentro personal e íntimo con Dios, por medio de la “lectio divina” (lectura divina o religiosa), y su trabajo manual en las faenas de la cocina, limpieza, huerta, mayordomía, enfermería, hospedería, biblioteca, escribanía y enseñanza a niños y novicios. Tasa la comida y bebida en dos platos cocidos distintos, una libra de pan y un cuartillo de vino por día.
El monasterio benedictino de Monte Casino se convertirá en adelante, en la capital del monacato occidental. La Regla de monjes de Benito se propaga admirablemente por toda la Edad Media, en Inglaterra por medio de san Agustín de Cantérbury, en Alemania por san Bonifacio y san Piminio, en Francia por san Benito Aniano y en España por los monjes benedictinos de Cluny, en los siglos X y XI, siendo su gran protector, el rey de León, Alfonso VI; de tal modo que en Occidente sustituye a las reglas monásticas anteriores.
En los siglos X y XI, los santos abades, Odón, Máyolo, Odilón y Hugo del monasterio benedictino de Cluny, en el Borgoña francés, lo convierten en el centro espiritual más poderoso e influyente sobre papas, reyes y obispos. Cluny combate la simonía y el poder temporal, defiende al Papado de Roma y proporciona famosos papas, tales como, Gregorio VII y Urbano II. En el siglo XII, su poder, organización y riquezas eran muy grandes. El Camino de Santiago de Compostela y su bellísima catedral románica son promocionados por los monjes benedictinos de Cluny.
A finales del siglo XII, la Orden benedictina, un tanto relajada, necesitaba una vuelta al espíritu y una mayor observancia de la Regla de san Benito. Esta reforma la lleva acabo san Roberto, abad del monasterio benedictino de Citeaux, en el Borgoña Francés, en el año 1098; cambiando el hábito negro por el blanco, vistiendo pobremente, comiendo frugalmente una sola comida al día y sus monjes dedicando su tiempo a la contemplación y al trabajo, al “ora et labora”. Aprobada dicha reforma benedictina por el papa Pascual II, nace la Orden Cisterciense. Su gran impulsor y promotor será san Bernardo de Fontaine, en el siglo XII, doctor y padre la Iglesia, floreciendo dicha Orden rápidamente por toda la cristiandad.
Llama la atención el prodigioso desarrollo, multiplicación y extensión de los monasterios benedictinos y cistercienses por toda Europa, y la influencia que han tenido en la historia de la Iglesia y en la cultura y civilización europea, que ha sido muy grande y muy beneficiosa para la cristiandad y para humanidad.
En la actualidad, se hayan extendidos y apreciados por todo el mundo en medio de la actual cultura laicista que les rodea. Sus monasterios muy visitados por turistas y devotos siguen siendo recintos de paz, de contemplación y de arte. Sus monjes son admirados por su fe, vida de oración, recogimiento, humildad, obediencia y sacrificio; y queridos por su bondad, espiritualidad y desprendimiento en este mundo tan egoísta y tan injusto.
¡Su secreto es la Regla de monjes de san Benito, abad, “pequeño compendio del Evangelio”, según el célebre orador y escritor, Bossuet!. ¡ Ciertamente, el papa Pablo VI, de feliz memoria, tiene razón al declarar a san Benito, “ Patrón principal de Europa”!.
Ciertos monjes celosos de su éxito, a quienes había corregido por su conducta, intentan acabar con su vida. En estas circunstancias, abandona Subiaco acompañado de sus fieles monjes y se refugian, en el año 529, en el Monte Casino, Lacio. Se instalan en este lugar, donde antiguamente había un templo dedicado a Júpiter. Aquí, en el año 540, Benito, persona austera y enérgica, redacta con su puño y letra la “Regula monachorum” (Regla de monjes), compuesta de un prólogo y de 37 capítulos. Con ella nace la Orden benedictina. Tenía una hermana, llamada Escolástica, mujer dulce, cofundadora de las monjas benedictinas. Muere en dicho monasterio, en el año 547.
La Regla de san Benito comienza dando una definición de monjes, “son los que viven sujetos a una Regla y a un abad que hace las veces de Cristo”. Manda “ al abad que no haga distinción de personas, no ame a uno más que a otro, sino al que en obediencia y en virtud hallare más aprovechado, tenga a todos por igual amor y les enseñe según sus méritos, teniendo presente la norma del apóstol que dice arguye, ruega reprende”.
A continuación, da una lista larga de buenas obras que los monjes deben practicar en los claustros del monasterio, y unas sabias instrucciones sobre la obediencia, el silencio y la humildad. Sobre la obediencia escribe “será grata a Dios y dulce a los hombres si lo que se manda se hace sin negligencia, sin tardanza, sin tibieza y sin murmuración”; sobre la conveniencia del silencio dice “el hablar y enseñar toca al maestro y oír y escuchar conviene al discípulo”; y sobre la necesidad de la humildad enseña “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado, según palabras evangélicas”.
Ordena “los monjes no tengan cosa alguna propia, que todas las cosas sean comunes a todos y se repartan conforme a cada uno necesite, tengan cuidado de los enfermos, permitiéndoles a ellos y a los debilitados comer carne para que se recobren”. Manda “el abad sea electo por común acuerdo de la comunidad o por la menor parte si fuere con mayor acierto, procurando tenga los méritos de virtud y sabiduría, aunque sea el último de la comunidad; y “el abad u otro monje reciba con muestras de sincera caridad a los huéspedes, sobre todo a los pobres y peregrinos”.
La Regla de los monjes de san Benito ordena sus vidas hacia la alabanza divina, llamada “ opus Dei”, (obra de Dios), desde que nace el sol hasta su ocaso, recitando y cantando maitines, laudes, prima, sexta, nova, vísperas y completas; ordena su encuentro personal e íntimo con Dios, por medio de la “lectio divina” (lectura divina o religiosa), y su trabajo manual en las faenas de la cocina, limpieza, huerta, mayordomía, enfermería, hospedería, biblioteca, escribanía y enseñanza a niños y novicios. Tasa la comida y bebida en dos platos cocidos distintos, una libra de pan y un cuartillo de vino por día.
El monasterio benedictino de Monte Casino se convertirá en adelante, en la capital del monacato occidental. La Regla de monjes de Benito se propaga admirablemente por toda la Edad Media, en Inglaterra por medio de san Agustín de Cantérbury, en Alemania por san Bonifacio y san Piminio, en Francia por san Benito Aniano y en España por los monjes benedictinos de Cluny, en los siglos X y XI, siendo su gran protector, el rey de León, Alfonso VI; de tal modo que en Occidente sustituye a las reglas monásticas anteriores.
En los siglos X y XI, los santos abades, Odón, Máyolo, Odilón y Hugo del monasterio benedictino de Cluny, en el Borgoña francés, lo convierten en el centro espiritual más poderoso e influyente sobre papas, reyes y obispos. Cluny combate la simonía y el poder temporal, defiende al Papado de Roma y proporciona famosos papas, tales como, Gregorio VII y Urbano II. En el siglo XII, su poder, organización y riquezas eran muy grandes. El Camino de Santiago de Compostela y su bellísima catedral románica son promocionados por los monjes benedictinos de Cluny.
A finales del siglo XII, la Orden benedictina, un tanto relajada, necesitaba una vuelta al espíritu y una mayor observancia de la Regla de san Benito. Esta reforma la lleva acabo san Roberto, abad del monasterio benedictino de Citeaux, en el Borgoña Francés, en el año 1098; cambiando el hábito negro por el blanco, vistiendo pobremente, comiendo frugalmente una sola comida al día y sus monjes dedicando su tiempo a la contemplación y al trabajo, al “ora et labora”. Aprobada dicha reforma benedictina por el papa Pascual II, nace la Orden Cisterciense. Su gran impulsor y promotor será san Bernardo de Fontaine, en el siglo XII, doctor y padre la Iglesia, floreciendo dicha Orden rápidamente por toda la cristiandad.
Llama la atención el prodigioso desarrollo, multiplicación y extensión de los monasterios benedictinos y cistercienses por toda Europa, y la influencia que han tenido en la historia de la Iglesia y en la cultura y civilización europea, que ha sido muy grande y muy beneficiosa para la cristiandad y para humanidad.
En la actualidad, se hayan extendidos y apreciados por todo el mundo en medio de la actual cultura laicista que les rodea. Sus monasterios muy visitados por turistas y devotos siguen siendo recintos de paz, de contemplación y de arte. Sus monjes son admirados por su fe, vida de oración, recogimiento, humildad, obediencia y sacrificio; y queridos por su bondad, espiritualidad y desprendimiento en este mundo tan egoísta y tan injusto.
¡Su secreto es la Regla de monjes de san Benito, abad, “pequeño compendio del Evangelio”, según el célebre orador y escritor, Bossuet!. ¡ Ciertamente, el papa Pablo VI, de feliz memoria, tiene razón al declarar a san Benito, “ Patrón principal de Europa”!.
José Barros Guede.