No me ilumina nada,
no veo nada,
no siento nada,
no adivino nada,
sino lo que sientes tú.
No decido nada,
no juzgo nada,
no examino nada,
no sé nada,
sino lo que sabes tú.
No pido nada,
no quiero nada,
no deseo nada,
sino lo que anhelas tú.
No temo a nadie,
no sirvo a nadie,
no sigo a nadie,
no descanso en nadie,
sino en ti.
Eugenio d’Ors y Rovira. Escritor y filósofo catalán que ha quedado prácticamente olvidado no ya sólo dentro de la cultura española, sino que su figura a sido apartada del establishment cultural catalán. D’Ors fue la máxima figura del Noucentisme. Fue ignorado por los propios noucentistes, concretamente por el presidente de la Mancomunidad, Puig y Cadafalch. Se exilió a Madrid, donde tuvo que compartir ideas con Ortega y Gasset. Se exilió a Paris. Volvió a Madrid. Fue falangista y franquista. Regresó a Cataluña y vivió olvidado en Villanueva y la Geltrú. Después de su muerte su figura, en vez de reivindicarse, se fue olvidando y sólo se le recuerda cuando se habla del Noucentisme pero, poco más. Para la “cultura” catalanista (que no la catalana) Eugenio d’Ors fue un traidor. No ya sólo por exiliarse a Madrid, sino por ser falangista y por “apoyar la dictadura franquista”. Un “buen catalán” -según la opinión de los ilustrados pseudo-pensadores catalanistas- no se exilia a Madrid, no hubiera compartido las ideas de José Antonio Primo de Rivera y aún menos apoyaría la “política anti-catalana” de Franco. D’Ors fue condenado y, aún hoy en día, su figura no se ha resarcido.
Eugenio d’Ors y Rovira, nació en Barcelona el 28 de septiembre de 1881 y murió en Villanueva y la Geltrú (Barcelona) el 25 de septiembre de 1954. Realizó estudios de derecho en la Universidad de Barcelona. Amplió estudios en Paris (1906) y en Heidelberg (1908). Ese año se doctoró en derecho y filosofía en Madrid. Como hemos dicho más arriba, d’Ors fue el alma mater del Noucentisme.
Esta nueva estética artística se basaba en tres principios: orden, claridad y racionalidad. Para d’Ors, el Modernismo era romántico, irracional y cargado de emotividad. D’Ors no hizo más que poner sobre la palestra el viejo dilema de modernidad o clasicismo, o lo que es lo mismo, las normas apolíneas -proporción y serenidad clásicas- frente a los excesos dionisíacos de los modernistas. En éste caso, la modernidad -Apolíneo- era el Modernismo y el clasicismo -Dionisio- el Noucentismo. Y, claro, d’Ors no se contuvo en el momento de juzgar la obra de Antonio Gaudí, el máximo exponente del Modernismo. Si bien podían estar de acuerdo en posturas políticas –recordemos que d’Ors fue la mano derecha de Prat de la Riba- discrepaban en su concepción global del Arte. Como escribe Robert Hughes: El gótico enciclopedista de Gaudí comenzaba ahora a ser considerado algo tan repugnante como un sombrero viejo. No es ninguna exageración decir que D’Ors se lanzó a enterrar en vida al ermitaño de la Sagrada Familia; para Xènius, la Sagrada Familia era un desastre grotesco.
Eugenio d’Ors no comprendió la concepción global del Arte que tenía Gaudí y menos su concepción de la arquitectura. Gaudí, que estaba llamado a ser el Bernini catalán, estaba por encima de encasillamientos y de movimientos artísticos. D’Ors formuló una distinción entre el mundo de la naturaleza y el de la cultura. Asimismo lo hizo entre el romanticismo y el clasicismo. Su idea de que la Sagrada Familia era un desastre grotesco se basaba en el hecho de que Gaudí se inspiró en la naturaleza para adornarla. Si era la casa pairal de Dios en la tierra, lo más lógico es que fuera adornada con obras creadas por Él. Sobre esta concepción de Gaudí son clarificadoras las palabras de Joan Bassegoda: Veía en la naturaleza la obra de Dios, perfecta. Por eso decía: “Yo no creo, ¡yo copio!”. Gaudí tomaba de la naturaleza los patrones, las formas. “El mejor libro de arquitectura es el árbol que veo desde mi ventana”, decía. ¿Cómo negarse a copiar la obra hecha por Dios? Imposible. De hecho, Gaudí y d’Ors coincidieron en pensamientos políticos. Por ejemplo, d’Ors opinaba de la democracia que no pasaba de ser la ideología revolucionaria de los instintos de la burguesía. Por su parte, Gaudí pensaba que la democracia era el gobierno de la ignorancia y la estupidez. Ahora bien d’Ors argumentó que el hombre noucentista tenia la suficiente capacidad para crear un orden en las cosas por encima de las fuerzas de la naturaleza. Quizás, de haber conocido el verdadero pensamiento de Gaudí –éste no copiaba de la naturaleza porque no supiera crear su propio orden, sino porque lo había creado Dios- el Noucentisme hubiera transigido con la obra de Gaudí y, éste no hubiera estado marginado los últimos años de su vida.
Durante estos años, d’Ors fue una de las máximas personalidades políticas de Cataluña. Unido íntimamente a la política de Enric Prat de la Riba, empezó a publicar en La Veu de Catalunya -diario afín a la Mancomunidad- sus Glossari. A través de ellos expresaba sus opiniones políticas. Eugeni d’Ors fue el mejor colaborador intelectual que tuvo Enric Prat de la Riba. Fue Ors quien introdujo las ideas de Maurras sobre el nacionalismo integral en toda España. Asimismo fue nombrado secretario del Institut d’Estudis Catalans (1911) y director de Instrucción Pública de la Mancomunidad, de 1917 a 1920. De esta época son toda una serie de obras, en catalán, que directa o indirectamente marcaron a los intelectuales de la época. De todas ellas destacamos: Oceanografia del Tedi; Gualba, la de mil veus; La Vall de Josafat; Glossari (1906-1914); y especialmente su novela La ben plantada (1912). Esta novela es la obra más representativa de Eugeni d’Ors, en la cual instauró las bases de su pensamiento político. Teresa, su protagonista, es la representación del seny catalán que postulaba Torras i Bages. Teresa, en un momento de la obra dice: No he venido par imponer una nueva ley sino para restaurar la vieja. Yo no traigo la revolución, sino la continuidad. Tu Raza, Xènius , está hoy postrada por muchos males. Largos siglos de servidumbre han extinguido las antiguas virtudes. Está la corrupción en las artes, madre de los peores ultrajes. Hay hombres enfurecidos que perpetúan la anarquía (…) pero todo esto es cenizas y polvo (…) todo pasará y pronto. Hay que decir que La ben plantada estuvo influenciada por El jardín de Berenice de Maurice Barrès y por la Invocación a Minerva de Charles Maurras. Teresa representa la tradición catalana, aquella se abogaron Torras i Bages y Prat de la Riba, y la que quedó plasmada en las Bases de Manresa, frente a la España centralista.
Escribió Pla que quien quiso llamarse Xènius “fue un hombre dominado por su máscara”. “Toda la vida hizo comedia”, me confesó una vez, literalmente, su biógrafo Enric Jardí, también él más centrado en el personaje. A d’Ors, a pesar de todo lo dicho, no se le tomaba en serio. Fue un personaje ambiguo.
La muerte de Prat de la Riba, la incomprensión de la sociedad catalana y las ideas políticas de Puig y Cadafalch, hicieron que, en 1920 d’Ors decidiera exiliarse. Escribe Pi de Cabanyes: Visto a distancia, es posible que se equivocara al emigrar a la capital del reino. Mucho mejor le hubiera ido de haberse exiliado a París. Si, como hemos dicho antes, en La ben plantada atacó el centralismo político, tan contrario a la política y la cultura catalana, ahora, ocho años después de haberla escrito, se marchaba a Madrid. Esta decisión que puede parecer insignificante, no lo fue para los “intelectuales” catalanistas. D’Ors les había “traicionado”. Era un “traidor a Cataluña” por haberse instalado en Madrid. Por eso, Pi de Cabanyes dice que hubiera sido mejor un exilio a París. Y tal vez tenga razón. De haberlo hecho, quizás hoy en día, la figura de Eugenio d’Ors estaría valorada y reconocida por lo que fue, esto es, uno de los mejores pensadores que ha dado Cataluña en la primera mitad del siglo XX.
Ya en Madrid, d’Ors alternó su labor como crítico de arte con su labor filosófica. Estuvo una breve temporada en París para regresar a Madrid. Si en Cataluña d’Ors fue el abanderado del Noucentisme, en Madrid se convirtió en el exponente de la hispanidad y la tradición católica. Es decir, d’Ors se situó por encima del bien y del mal y transformó su pensamiento. Si en Cataluña defendió la catalanidad y el hecho diferencial de los catalanes, a posteriori defendió la unidad de España. Son dos conceptos que pueden convivir perfectamente. Ahora bien, el sector separatista catalán no podía aceptar que d’Ors hubiera “cambiado de chaqueta”. Esta fue la segunda “traición” de d’Ors. Sólo faltó que ingresara en la Academia de la Lengua. Eso hizo que fuera “imperdonable” su comportamiento. Pero, d’Ors era así. Toda su vida hizo comedia. Xènius quería ser recordado más por su personaje que por su obra. Es como el caso del tenor Beniamino Gigli, que quiso ser mejor que Caruso. Estuvo cantando hasta pocos días antes de fallecer, para que el público no lo olvidara. Se hizo una película y apareció un joven tenor llamado Mario Lanza. La fama de éste último, gracias a la película que reproducía la vida de Caruso, superó el afán de Gigli por conseguir la gloria. A d’Ors le pasó lo mismo, su obra superó a Xènius.
Tampoco se le perdonó desde ciertos sectores que se afiliara a la Falange y que “apoyara la dictadura de Franco”. Es lo mismo que hemos dicho antes. Cataluña había estado “oprimida por la política centralista de Madrid” y ahora, después de la guerra civil, “Franco volvía a reprimirla”. ¿Cómo Eugenio d’Ors podía estar al lado de Franco? Quizás no lo estuvo, pero fue el papel que le gustó jugar en ese momento. Finalmente regresó a Cataluña. Se retiró a Villanueva y la Geltrú. El desprecio de la intelectualidad catalana se pudo de manifiesto al regresar a su tierra. Se le siguió ignorando. Por eso fue a Villanueva y la Geltrú. Y por eso pidió ser enterrado en Villafranca del Penedes. Como escribe Pi de Cabanyes: Como todo en su vida quiso ser un intento de transformación de la anécdota en símbolo, hasta su residencia temporal en el oriente de Vilanova y su deseo de ser enterrado en Vilafranca no deben considerarse hechos faltos de significación. Por aquella playa había regresado a una Catalunya a la que él tanto había contribuido a crear una imagen de autoestima. Y por aquel cementerio anheló reintegrarse a la tierra de los orígenes maternos. El Eugenio d’Ors que regresó a Cataluña era el mismo que se había marchado en 1920. A pesar de todo era el mismo que, en 1912, escribió La ben plantada.
Sobre la concepción filosófica de Eugenio d’Ors, que es la base fundamental de su obra y la que ha superado a Xènius, escribe Marta Torregrosa: La concepción filosófica de Eugenio d’Ors puede describirse a grandes trazos como una peculiar síntesis personal del vitalismo y el pragmatismo aprendidos en París en la primera década del siglo, sobre una base de pensamiento escolástico más tradicional, pero renovado éste en términos de un intelectualismo clasicista… Eugenio d’Ors pretendía una reforma de la filosofía que calificada como una verdadera revolución kepleriana de la filosofía, porque preconiza la sustitución de los principios de contradicción y de razón suficiente —instrumentos al servicio del racionalismo en su pretensión de encerrar la realidad en la estrecha cárcel del determinismo conceptual— por los principios de “participación” (cada realidad asume un significado que la trasciende) y de “función exigida” (cada realidad es función de otras realidades anteriores, concomitantes o subsiguientes). Los principios de contradicción y razón suficiente sólo serían válidos en un mundo lógico constituido por conceptos asépticamente racionales y mecánicamente determinados (E. Rojo Pérez, La ciencia de la cultura, 11). Pero, para Eugenio d’Ors, el secreto, celosamente guardado tanto por los filósofos como por los científicos, es el reconocimiento de que el pensamiento tiene siempre un carácter figurativo, síntesis de percepción y de concepto, que trasciende la lógica de la razón. La racionalidad es sólo una parte de nuestro saber y de nuestra vida. La razón es importante, pero no es capaz de conferir sentido a aquellas dimensiones de nuestro vivir que a fin de cuentas nos resultan más importantes: el lenguaje, el arte, la música, la religión, la cultura.
A los cincuenta y cinco años de su muerte la figura de Eugenio d’Ors debe ser resarcida. Debemos olvidar viejas rencillas pseudo-intelectuales y adentrarnos más en la obra que en el personaje. Se le acusó de apoyar a Franco. Muy bien, Salvador Dalí, Josep Pla, Martín de Riquer o Carlos Sentís, también lo hicieron. Todos ellos son bien vistos por la intelectualidad catalana. Han olvidado el personaje o las actuaciones que éste ha hecho y se han centrado en la obra que nos han legado. ¿Por qué no ha pasado lo mismo con Eugenio d’Ors? Sencillamente por desidia. Es más fácil dejar las cosas como están que cambiarlas. O, tal vez, porque d’Ors murió hace cincuenta y cinco años y no tuvo tiempo para hacerse perdonar. Sí, como escribió uno de sus hijos, la filosofía orsiana es intuitiva, como casi todas las filosofías recientes, y es también humanista. Se propone la sustitución de la Razón por la Inteligencia, lo que supone que Intuición, Gusto y Experiencia la van a nutrir. Es una filosofía que persigue, sin descanso, su inscripción en la Vida. El filosofar y el vivir caminan juntos en abierto y constante diálogo, porqué se le ha defenestrado. Hemos dicho que d’Ors es el más importante intelectual que dio Cataluña en la primera mitad del siglo XX. Mal paga una sociedad, una cultura, el ostracismo hacia un Xènius que los fue más por su obra que por el personaje que le gustó interpretar.
Eugenio d´Ors no se hizo falangista, lo era, a su manera, de nacimiento. Estuvo del lado de Franco (el que favoreció tanto tanto a la Cataluña industrial), porque Franco estaba del lado de España. Son dos méritos de Eugenio d´Ors.