2. Antígono Caristio en la Vida de Pirrón dice de él: «Que al principio fue desconocido, pobre y pintor, y que en el gimnasio de Élide se conservan de él los Lamparistas (670), pintura de un mérito mediano. Que unas veces iba divagando, y otras se estaba solo, dejándose ver apenas ni aun de sus domésticos. Que hacía esto por haber oído a un indio que acusaba a Anaxarco de que a nadie enseñaba a ser bueno, siendo así que andaba siempre en los palacios reales. Que siempre estaba de un mismo semblante, de manera que si uno se lo dejaba en mitad de alguna razón, él, no obstante, la concluía; y esto aun durante su juventud, en que era más vivo. Muchas veces, prosigue, emprendía viajes sin decirlo a nadie, acompañándose de quien quería. Que habiendo una vez Anaxarco caído en un cenagal, pasó adelante Pirrón sin socorrerlo. Culpáronlo muchos de ello; pero el mismo Anaxarco lo alabó como a un hombre indiferente y sin afectos».
3. Hallado en cierta ocasión hablando consigo mismo, y preguntándole la causa, dijo: «Estoy meditando el ser bueno». Nadie se fastidiaba de él en las cuestiones o preguntas, por más que se alargase en digresiones acerca de lo preguntado (671), por lo cual se le unió Nausifanes, siendo todavía joven; y decía que «convenía seguir a Pirrón en las disposiciones, pero a él en las palabras»; añadiendo que, admirado Epicuro de la conversación de Pirrón, le preguntaba de él a menudo. Teníalo su patria en tanto, que lo hizo sumo sacerdote, y por su respeto dio decreto de inmunidad a los filósofos. Tuvo muchos imitadores en aquella su negligencia de las cosas. Así, Timón en su Pitón (672) y en sus Sátiras habla de él en esta forma:
¿Cómo, dime, pudiste, anciano Pirro,
librarte del obsequio y servidumbre
de tantas opiniones de sofistas,
llenas de vanidad y falsa ciencia?
¿Cómo cortar el lazo
de toda persuasión y engaño todo?
No fue, no, tu cuidado
las auras indagar que Grecia espira;
ni menos cómo o dónde
en otra se convierta cada cosa.
Y en sus Imágenes:
¡Saber, oh Pirro, mi ánimo quisiera
cómo, siendo aún mortal, de esa manera
con tal tranquilidad vivir supiste,
que sólo dios entre los hombres fuiste!
Honraron a éste los atenienses haciéndolo su ciudadano, como dice Diocles, por haber quitado la vida a Cotis de Tracia (673).
4. Vivió tan pacífica y amorosamente con su hermana, que era obstetriz, según dice Eratóstenes en su libro De la riqueza y pobreza, que él mismo solía llevar a vender a la plaza los pollos, y aun lechoncillos, si se ofrecía, y en casa cuidaba indiferentemente de la limpieza. Dicen que con esta misma indiferencia se ponía a lavar un lechón. Estando una vez airado con su hermana (se llamaba Filista), a uno que lo cogió acerca de su indiferencia, le dijo que «no se había de buscar en una mujercilla el testimonio de su indiferencia». Otra vez que fue acometido de un perro, como se sobresaltase y lo repeliese, a uno que lo motejaba por esto, le respondió que «era cosa difícil desnudarse enteramente de hombre; y que se ha de combatir lo posible contra las cosas, primeramente con obras, y si no, con la razón».
5. Se dice que en una llaga que tuvo sufrió los medicamentos supurantes, los cortes y las ustiones sin hacer siquiera un movimiento de cejas. Timón manifiesta su disposición de ánimo en sus Disertaciones a Pitón (674). Filón Ateniense, amigo (675) suyo, decía que se acordaba mucho de Demócrito, como también de Homero con gran maravilla, repitiendo muchas veces:
Como la de las hojas
es la naturaleza de los hombres (676).
y agradándose mucho de que comparase los hombres a las moscas y aves. Recitaba también estos versos:
Mas muere tú también, amigo mío.
¿Por qué lloras así? Murió Patroclo,
que era mejor que tú de todos modos (677).
y todas las expresiones acerca de la debilidad, vanos cuidados y puerilidades de los hombres.
6. Posidonio cuenta de él que, como en una navegación estuviesen todos amedrentados de una borrasca, él se estaba tranquilo de ánimo, y mostrando un lechoncito que allí estaba comiendo, dijo: «conviene que el sabio permanezca en tal sosiego». Numenio sólo dice que también estableció dogmas. Entre sus discípulos hubo algunos célebres, uno de los cuales es Euríloco. De éste se refiere el defecto que a veces se tomaba tanto de la ira, que hubo vez en que, cogiendo un asador con carne y todo, siguió con él al cocinero hasta la plaza; y en Élide, fatigado ya de las muchas preguntas que en la conversación se le hacían, arrojando el palio, se echó al río Alfeo y lo pasó a nado. Era muy enemigo de los sofistas, como dicen lo fue Timón; pero Filón raciocinaba más (678). Así, Timón dice de él:
O ya bien retirado de los hombres,
o ya bien meditando,
o ya hablando también consigo mismo,
hallaréis a Filón, sin que lo capten
la gloria ni el amor de la disputa.
7. Además de éstos, oyeron también a Pirrón Hecateo Abderita, Timón Fliasio, poeta satírico de quien trataremos adelante, y Nausifanes Teyo, cuyo discípulo fue Epicuro, como algunos dicen. Todos éstos se llamaron pirrónicos por el nombre del maestro, y por el dogma aporéticos, escépticos, efécticos y zetéticos. La filosofía zetética se llamó así porque siempre va en busca de la verdad. La escéptica, porque siempre la busca y nunca la halla. La eféctica, porque después de haber buscado queda sin deliberación alguna. Y la aporética, porque sus secuaces lo dudan todo (679).
8. Teodosio, en sus Capítulos escépticos, dice: «Que la secta pirrónica no debe llamarse escéptica, porque si la agitación del entendimiento a una y otra parte es incomprensible, tampoco sabremos la disposición o habitud de Pirrón: no sabiéndola, de ningún modo nos llamaremos pirrónicos. Además, que ni Pirrón fue el inventor del escepticismo, ni éste tiene dogma alguno. Así, que mejor se podría llamar secta parecida al pirronismo. En efecto, algunos hacen su inventor a Homero, pues éste habla con más variedad que ningún otro acerca de unas cosas mismas, y nada resuelve definitivamente. También los siete sabios usaron el escepticismo, de los cuales son las sentencias: No hagan exceso en nada, y Haz fianza, cerca está el daño; con lo cual se expresa que quien asegura o sale cara por alguno, luego le sobreviene el daño. Aun Arquíloco y Eurípides fueron escépticos. Arquíloco cuando dijo:
Tal es, oh Glauco de Leptinas hijo,
la mente de los hombres,
cual el día que Jove nos dispensa (680);
y Eurípides, diciendo:
¿Y qué cosa es, en suma,
lo que saben los míseros mortales?
De ti solo pendemos;
y aquello que tú quieres sólo hacemos (681).
9. No menos, según los referidos, son escépticos Jenófanes, Zenón Eleate y Demócrito, pues Jenófanes dice:
Nadie hay que algo sepa
con toda perfección, ni lo habrá nunca.
Zenón niega el movimiento, diciendo: Lo que se mueve, ni se mueve en el lugar en que está ni en aquél en que no está. Demócrito, excluyendo las cualidades, cuando dice: Por ley frígido, por ley cálido; pero en la realidad los átomos y el vacuo. Y después: Nada sabemos de cierto, pues la verdad está en lo profundo. Platón atribuye el saber la verdad a los dioses y a los hijos de los dioses; pero él indaga sólo la razón probable. Eurípides dice:
¿Quién sabe acaso si esta vida es muerte,
o si es morir seguro
esto que los morta1es vivir llaman? (682).
Empédocles dice que muchas cosas ni las ven los hombres, ni las oyen, ni las comprenden con su entendimiento. Y antes había dicho que sólo persuade aquello que uno ve y toca. Y Heráclito, que de las cosas grandes nada se ha de resolver temerariamente. Y por último, Hipócrates habla siempre dudosamente y como hombre; y antes que él, Homero así:
La lengua de los hombres
es muy voluble y de palabras llena.
Por una y otra parte
el campo de palabras es inmenso.
Tal palabra oirás cual la dijeres.
Significando por esto la ambigüedad y contrariedad de las palabras.
10. Los escépticos, pues, procuran aniquilar todos los dogmas de las demás sectas, y no definir ellos dogmáticamente cosa alguna. Sin embargo de que proferían y publicaban los dogmas de los otros, nada definían, ni aun esto mismo; como que quitaban todo cuanto fuese definir; v.gr.: Nada definimos (pues en tal caso definieran algo). Decían, pues: Pronunciamos las opiniones o pareceres en las cosas, indicando la irresolución o la ninguna propensión en ellas, como si concediendo esto admitiese ya la explicación. Por las palabras, pues, nada definimos se expresa la pasión del ánimo, llamada άρρεψία (arrepsía)(683). Y lo mismo por las expresiones: No esto mas que aquello, A toda razón se opone otra, y demás semejantes. Dícese el No esto más que aquello también positivamente, como de algunos semejantes; v.gr.: No es más pernicioso el pirata que el mentiroso. Pero los escépticos no lo dicen positivamente, sino negativa o destructivamente y como quien reprueba, diciendo: No existió más Escila que la Quimera. El mismo más se pronuncia algunas veces comparativamente, como cuando decimos: Más dulce es la miel que las pasas. Positiva, y aun negativamente, como cuando decimos: La virtud aprovecha más que daña, pues significamos que la virtud aprovecha y no daña. Pero los escépticos quitan hasta la misma expresión No esto más que aquello, pues como no hay más providencia que deja de haberla, así también el No esto más que aquello no más es que deja de ser. Significa, pues, esta frase (como dice Timón en su Pitón) (684) no (685) el definir nada, sino el quedar ambiguo.
11. Asimismo la frase A toda razón, etc., induce también indeliberación, porque si en las cosas discrepantes tienen igual fuerza las razones, se sigue la ignorancia de la verdad. Aun a esta razón hay otra opuesta, la cual, después de destruir otras, se pervierte y destruye ella misma, al modo de los purgantes, que arrojando primero la materia, son también ellos arrojados y destruidos. A esto dicen los dogmáticos que no es esto quitar la razón, sino confundirla. Usaban, pues, de las razones sólo como de ministros, pues no era dable que una razón no destruyese a otra, al modo que cuando decimos no hay lugar, es forzoso decir lugar; pero no dogmática, sino demostrativamente. Y lo mismo cuando decimos nada se hace por necesidad o necesariamente, es fuerza poner la voz necesidad. Este es el modo que usaban en las interpretaciones: Que las cosas no son tales cuales aparecen, sino que sólo parecen. Decían que inquirían, no las cosas que entendían (pues lo que se entiende ya consta), sino las que percibían los sentidos. Así, que la razón pirrónica es una significación de las cosas que aparecen o que de uno u otro modo se perciben, según la cual todas las cosas se comparan con todas las cosas mismas, y ya comparadas, hallamos que tienen muchísima inutilidad y confusión. Así se explica Enesidemo en su Bosquejo, o Aparato al pirronismo.
12. En cuanto a las antítesis o contrariedades que hay en las especulaciones, preindicando los modos de persuadir las cosas, quitan por ellos mismos la creencia en ellas; pues persuaden las cosas que según los sentidos son cónsonas entre sí, y las que nunca o raras veces degeneran o disienten; las acostumbradas, las dispuestas por las leyes, las que deleitan y las que admiran. Demostraban, pues, que en las cosas contrarias por persuasiones de la razón, estas persuasiones son iguales. Las ambigüedades que enseñaban en las concordancias de las cosas aparentes o concebidas por el entendimiento son de diez modos, según los cuales parecen diferentes los sujetos. El primero de estos modos es el de la diferencia de los animales para el deleite, el dolor, el daño, el provecho. Colígese de aquí que estos mismos no nos producen unas mismas fantasías o imaginaciones, y que la indeliberación es secuela de esta pugna o combate; pues de los animales, unos son engendrados sin unión de sexos, como los que viven en el fuego, el fénix árabe y los gusanillos de la putrefacción. Otros, por dicha unión, como los hombres, etc.; de manera que unos son concretados o compuestos de un modo, otros de otro. Por lo cual difieren aun en los sentidos; v.gr., el gavilán, agudísimo de vista, y el perro, de olfato. Así, es conforme a razón que las cosas diferentes a la vista nos produzcan también fantasías diferentes; pues los tallos y renuevos del olivo son pábulo a la cabra, y para el hombre son amargos; la cicuta alimenta a la codorniz, y al hombre lo mata; el cerdo come excremento humano, y el caballo no lo come.
13. El segundo modo es el de la naturaleza de los hombres, según la variedad de cosas y temperamentos. Demofón, repostero de Alejandro, tenía calor a la sombra, y al sol frío. Andrón Argivo (como dice Aristóteles) viajaba sin beber en los áridos países de Egipto. Más: uno es aficionado a la medicina, otro a la agricultura, otro a la mercancía, y aun estas mismas cosas a unos dañan y a otros aprovechan. Así, se debe contener el asenso. El tercer modo es el de la diversidad de poros en los sentidos; v.gr., una manzana a la vista es amarilla, al gusto es dulce y al olfato grata por su fragancia. Aun una misma figura se mira diversa según la variedad de espejos. De lo cual se sigue que no es más lo que aparece que otra cosa diversa de lo que aparece.
14. El cuarto modo se acerca de las disposiciones o afectos, y en común acerca de las mudanzas; v.gr., la sanidad, la enfermedad, el sueño, la vigilia o el despertarse, el gozo, el dolor, la tristeza, la juventud, la vejez, la audacia, el miedo, la indigencia, la abundancia, ,el odio, la amistad, el calor, el frío; ora se respire, ora se supriman los poros. Así, que aparecen diversas las cosas que se nos presentan a causa de ciertas particulares disposiciones. En efecto, los furiosos no están fuera de la naturaleza; pues ¿qué cosa tienen ellos más que nosotros? El sol lo vemos como si estuviese parado. Teón Titoreo, estoico, solía caminar durmiendo, y también un esclavo de Pericles andaba por lo más alto del tejado.