TÍTULO: Don Sebastián de Morra.
AUTOR: Diego de Silva Velázquez (1599-1660).
FECHA: 1643-1644.
LOCALIZACIÓN: Museo del Prado. Madrid.
ESTILO: Pintura barroca española.
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* FORMA: Pintura al óleo sobre lienzo. 106 x 81 cm.
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* MÉTODO: Obra realizada al óleo, mediante pincel.
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* DESCRIPCIÓN GENERAL: Velázquez nos presenta en este cuadro a un personaje enano, Don Sebastián de Morra, uno de esos seres monstruosos que abundaban en la Corte de Felipe IV. Don Sebastián, uno de los bufones preferidos del príncipe Baltasar Carlos, aparece ricamente ataviado con un traje abotonado de paño verde, sobre el que se sitúa una ropilla en púrpura y oro. Son bien visibles los puños y el cuello, realizados en encaje flamenco.
El enano, que manifiesta una cierta hidrocefalia, aparece sentado sobre el suelo, con las piernas en escorzo, de tal manera que las suelas de sus zapatos quedan en primer plano, Los brazos se dirigen hacia las piernas, sobre las que se apoyan las manos, completamente cerradas.
La mirada de Don Sebastián es honda y se dirige hacia el espectador, acentuada si cabe por la expresividad de sus ojos negros. La actitud general es seria y adusta, aunque el conjunto del personaje trasmite cierta tristeza y pesimismo, al tiempo que una inteligencia despierta y crítica.
El suelo y el fondo que cierran la composición son casi monocromos, aunque el pintor ha jugado con los efectos de la luz para generar el volumen que corresponde a la estancia. Toda la obra está realizada con la típica pincelada suelta velazqueña, que demuestra la gran capacidad técnica del artista.
B) Análisis simbólico:
Aun en un cuadro como éste, un retrato individual de un bufón de la corte, Velázquez introduce algunos símbolos destacados. De un lado, el traje de paño hace referencia a una buena posición social y su color verde es el usado habitualmente en las cacerías. Efectivamente, Don Sebastián solía acompañar al príncipe Baltasar Carlos en sus actividades cinegéticas. A esa misma situación de privilegio hacen referencia el cuello y los puños de encaje que luce el bufón. Pero, de otra parte, los colores de oro y púrpura que aparecen en la ropilla son dignos de la realeza.
De este modo, Velázquez viene a subvertir el orden social, colocando en un personaje de origen plebeyo, un simple sirviente histriónico de la corte de un rey absoluto, atributos que en el vestuario corresponden exclusivamente a los estamentos privilegiados y, más en concreto (en el caso de la púrpura) a la misma realeza. Hay pues una mirada crítica, lúcida y autónoma, del pintor sobre la organización social de la España de los Austrias.
C) Analisis sociológico:
Velázquez pinta este retrato en 1643, unos veinte años después de haber sido nombrado pintor de cámara de su majestad. Trabaja por lo tanto en la Corte, en contacto directo con el monarca y la familia real. Una Corte que se caracteriza por su enorme dimensión en cuanto a burócratas y sirvientes, entre los cuales se encontraban también esos bufones y enanos que obras como esta retratan. Pero la España de Felipe IV estaba ya, desde comienzos del siglo XVII, en un proceso de decadencia, al que el Conde-Duque de Olivares, valido del rey y protector del pintor, trataría de poner remedio infructuosamente.
Diego Velázquez: “El niño de Vallecas” (1643). Madrid.
3) OTRAS CUESTIONES:
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Cuando pinta a Don Sebastián, Velázquez ha realizado ya su primer viaje a Italia y ha podido conocer la polémica entre los clasicistas y los naturalistas. Ha madurado como pintor y ha creado un estilo profundamente personal, en el que la mirada crítica está siempre presente.
Por otro lado, “Don Sebastián de Morra” se inscribe dentro de la serie de obras que Velázquez dedicó a los locos y bufones de la Corte: “El niño de Vallecas” (1643), “El bufón calabacillas” (1639), “Don Antonio, el inglés” (1640-1645) o “El bufón Don Diego de Acedo, el primo” (1644), sin olvidarnos de la Maribárbola y el Nicolasillo Pertusato de “Las Meninas” (1656-57). Todos estos hombres de placer, respecto a los cuales existía en Europa una cierta tradición retratística, son representados por Velázquez con un profundo respeto y un cierto tono de melancolía por lo que el destino y la naturaleza les habían reparado.