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Domenichino:Sibila Cumana

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Sibila Cumana. c. 1616-17. Óleo sobre lienzo. Galleria Borghese, Roma. Las sibilas eran unos personajes paganos, de la Antigüedad, profetisas que los cristianos quisieron interpretar como la fase previa a los profetas del Antiguo Testamento, puesto que algunas de ellas también hablaban de un “salvador del mundo”, naturalmente relacionado por los escritores cristianos con Jesús. El tema de las sibilas en el arte fue muy tratado a partir del Renacimiento, siendo el mayor exponente el techo de la Capilla Sixtina de Miguel Angel, que confronta un friso de sibilas a otro de profetas. Domenichino ha tomado como tema central de su cuadro a la sibila de Cumas, aunque nada excepto el título nos da pistas sobre su identidad. La muchacha viste con lujo oriental, incluso con un extravagante turbante en la cabeza. Su rostro es perfectamente realista, lozano y con las mejillas coloreadas, como una sana muchacha romana de la época. Este matiz de naturalidad es la herencia de Caravaggio, incluso en artistas que como Domenichino cultivaron la corriente idealista del Barroco, por oposición al naturalismo tenebrista. La sibila, además de su libro de profecías, está acompañada de un instrumento musical de cuerda y un rollo de papel pautado. Podría perfectamente recordarnos a una alegoría de la música o del oído, aunque parece ser que estos elementos se explican porque Domenichino tomó como modelo a la Santa Cecilia de Rafael, patrona de la música y los músicos.

Domenichino fue un pintor italiano nacido en Bolonia, cuyo verdadero nombre era Domenico Zampieri. Fue discípulo de Ludovico Carracci en la Academia degli Incaminati de su ciudad natal y en 1602 trabajó con el sobrino de Ludovico, Annibale Carracci, en los frescos de la galería del palacio Farnesio en Roma. A partir de entonces Domenichino pintó frescos y paneles para diferentes iglesias y palacios de Roma y Nápoles. Las obras de su primera época, como La última comunión de san Jerónimo (1614, Vaticano, Roma), y La cacería de Diana (1616, Galería Borghese, Roma) son muy clásicas en su cuidada organización espacial. Su obra posterior, inspirada por Correggio y Miguel Ángel y caracterizada por la plasmación del movimiento y los escorzos de gran dramatismo, es más barroca. Ejemplo de ello son los frescos que pintó para la capilla de San Jenaro (1631-1634, 1635-1641), en la catedral de Nápoles. Los paisajes clásicos de Domenichino sirvieron de influencia a los pintados por el artista francés Claudio de Lorena. En el Museo del Prado, Madrid, se conservan, entre otras, El sacrificio de Abraham (1628) y Aparición de los ángeles a san Jerónimo.
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