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Las nodrizas pasiegas


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Hoy en día los Valles Pasiegos se han convertido en una fuente de productos lácteos que dan riqueza y calidad de vida a su población… Pero no siempre fue así.


Durante siglos las condiciones geográficas eran tan difíciles que ni los que cobraban los impuestos se atrevían a ir en busca del tributo. La vida era precaria y dependía del ganado y la trashumancia. Una de las pocas maneras para mejorar la situación de la familia fue también una de las más tristes. Las madres jóvenes, como medio para dotar a su familia de mayores recursos económicos, se vieron obligadas a abandonar su hogar para convertirse en nodrizas de los hijos de las familias burguesas de las ciudades más importantes del territorio español. Dejaban atrás a su hijo primogénito (prueba obligatoria de que era capaz de criar a un niño sano) y también al bebé recién nacido, causa de la leche que la joven madre esperaba ofrecer a cambio de un sueldo. Se arriesgaban a no volver a ver a su primer hijo hasta que éste ya no las reconocía como madre, y también en ello, arriesgaba la muerte de la criatura recién parida, que se quedaba en tierra pasiega… alimentada con sopas de pan, leche de vaca o -en el mejor de los casos- por pechos ajenos.
Durante todos los años que debía pasar el ama de cría con la familia que la había contratado, ella sería quien introduciría la ‘cultura’… gota a gota. Vería los primeros pasos de la criatura, escucharía sus primeras palabras; enseñaría a contar con los dedos de la mano y daría nombre a la nariz, los ojos y la boca. Sería la encargada de calmar fiebres y secar las lágrimas… mientras confiaba que otra persona, allá en su lejana aldea, hacía lo mismo con sus propios hijos.

Los pechos más cotizados

La costumbre entre la nobleza y la alta burguesía de contratar a una nodriza era, en algunas ocasiones, por la imposibilidad física para criar al recién nacido, y otras veces por moda y el deseo de conservar la línea. A principios de 1800 ya era normal en las clases adineradas contratar a una nodriza para amamantar a sus retoños. Muchas de estas amas de lactancia se encontraban entre las campesinas que vivían cerca de cada pueblo o ciudad.
Desde finales del siglo XVI hasta 1830 las amas de cría de la Casa Real se buscaban primero entre las señoras nobles, y luego entre las familias con buena reputación de los alrededores de Madrid; pero poco a poco, la contratación de estos servicios se fue alejando de la corte, hasta que las nodrizas de la Vega del Pas se hicieron famosas por obra y gracia de un decreto real, cuando en 1830 el rey Fernando VII escribió: “Hoy 3, Blasco, quiero que el día 10 salga de esta Corte para Santander y su provincia el médico Aso, y Merino, el de la Veeduría, para escoger un ama para lo que dé a luz mi muy amada esposa. F.”
Como resultado de esta búsqueda fue elegida Doña Francisca Ramón González, de veintiún años y natural de Peñacastillo. El bebé que crió fue la que luego se convertiría en la reina Isabel II y así la fama de las amas de cría de Cantabria fue asegurada para siempre. Iniciándose de este modo la tradición de elegir a una pasiega como ama de cría.
Aún así, no todas las mujeres reunían las cualidades de una nodriza simplemente por ser pasiegas. Se buscaban mujeres jóvenes y robustas que tenían entre 19 y 26 años, y que reunieran un listado de requisitos considerados imprescindibles, entre los que -según consta en los archivos- podemos destacar: “temperamento sanguíneo; constitución vigorosa; rostro agradable y simpático; tez clara; ojos pardos, no muy oscuros; pelo castaño oscuro; pechos bien formados pero no muy abultados; leche de noventa días máximo; suficiente sentido común; y carácter apacible.” Los requisitos del oficio incluía un examen médico exhaustivo, un análisis visual y táctil de la leche materna, y una recomendación del cura de su pueblo atestando de su moralidad y buenas costumbres.
Una vez elegida la candidata, el estipendio podía ser cuantioso. La nodriza era la muestra exterior del éxito social y económico de la familia que la contrataba y no salía a pasear al crío sin el uniforme pertinente de su quehacer, que solía incluir un rico ajuar que incluía unos peculiares collares de monedas de plata y pendientes de filigrana.
Después de trabajar durante dos o tres años, la nodriza podía volver a su terruño como una mujer rica y respetada, y con dinero suficiente para sacar adelante a su familia durante años, o incluso emprender un negocio.




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