Tomado del blog Larga Cordobesa
El poeta del Puerto de Santa María, Rafael Alberti, escribió uno de los más bellos y vibrantes poemas dedicados al genial Joselito “El Gallo”, que a continuación reproducimos. Las anécdotas en torno a como se escribió este emocionante poema, vale la pena conocerlas. La historia ha sido recogida del libro “Joselito El Gallo o la exactitud emocionada del toreo”, escrito por Daniel Pineda Novo, y publicado en 1995 por el Ayuntamiento de Gelves (Sevilla), con motivo del 75 aniversario de la tragedia de Joselito en Talavera.
Rafael Alberti, amigo del torero Ignacio Sánchez Mejías, llorado por García Lorca, dedicó a Joselito uno de los mejores poemas de nuestra poesía taurina. Es en el libro “La arboleda perdida” donde cuenta Alberti como se gestó este poema “Joselito en su gloria”, que fue escrito en Sevilla a incitación de Ignacio Sánchez Mejías. Con motivo del centenario de Góngora, en 1927, el torero sevillano Sánchez Mejías, invitó a varios amigos poetas a la ciudad de la Giralda. Así lo cuenta el propio Alberti: “Poco antes de la fecha del centenario, me llamó a Sevilla. Se celebraba el séptimo aniversario de la trágica muerte de Joselito. Del tren, me trasladó a un cuarto del Hotel Magdalena, encerrándome con llave, mientras me advertía: No comerás ni beberás hasta que escribas un poema dedicado a José. La Velada en su honor es esta misma noche. En el Teatro Cervantes. Unas horas más tarde recuperaba yo mi libertad, leyéndole a Ignacio “Joselito en su gloria”, cuartetas muy sencillas que repetí en la fiesta, entre los oles y ovaciones de un frenético público compuesto de gitanos y gentes de la torería devotas del espada…”
Pecó de modesto Alberti (nos cuenta Daniel Pineda Novo), porque el poema es uno de los más elocuentes de nuestra poesía taurina. Hasta La Macarena vistió de luto, por su muerte llorada:
JOSELITO EN SU GLORIA , a Ignacio Sánchez Mejías
Llora, Giraldilla mora,
Lágrimas en tu pañuelo.
Mira cómo sube al cielo
La gracia toreadora
Niño de amaranto y oro,
Cómo llora tu cuadrilla
Y cómo llora Sevilla,
Despidiéndote del toro.
Tu río, de tanta pena,
Deshoja sus olivares
Y riega los azahares
De su frente, por la arena.
Dile adiós, torero mío,
Dile adiós a mis veleros
Y adiós a mis marineros
Que ya no quiero ser río.
Cuatro ángeles bajaban
Y, abriendo surcos de flores,
Al rey de los matadores
En hombros se lo llevaban.
Virgen de la Macarena,
Mírame tú, cómo vengo,
Tan sin sangre, que ya tengo
Blanca mi color morena.
Ciérrame con tus collares
Lo cóncavo de esta herida,
¡Qué se me escapa la vida
Por entre los alamares!
¡Virgen del Amor, clavada,
Igual que un toro, en el seno!
Pon a tu espadita bueno
Y dale otra vez su espada.
Que pueda, Virgen, que pueda
Volver con sangre a Sevilla
y al frente de mi cuadrilla
Lucirme por la Alameda.
Así pues, la amistad entre el poeta Rafael Alberti e Ignacio Sánchez Mejías fue en aumento tras la muerte de Joselito El Gallo. El poeta gaditano acudió al homenaje del torero infortunado con este maravilloso poema que hemos reproducido mas arriba, y a partir de ahí, los contactos entre Alberti y Sánchez Mejía se fueron prodigando con bastante asiduidad. Tan buena relación tenían que Ignacio Sánchez Mejías estaba empeñado en que Alberti saliera alguna vez con él vestido de luces en los ruedos, cosa que no ocurría porque el poeta se resistía con uñas y dientes al propósito del torero sevillano ya que los toros le imponían un gran respeto y temor.
El primer intento fue en la plaza de toros de Badajoz. Cuenta Alberti en su libro de memorias “La Arboleda Perdida” (tomo I), que Ignacio le mando desde Sevilla un telegrama a Badajoz, citándolo allí para que Alberti debutara como torero en aquella plaza haciendo solemnemente el paseíllo con él y vestido de luces, y que luego contemplara la lidia de los toros desde la barrera. Rafael Alberti no acudió a esta cita por miedo y su amigo el torero se enfadó muchísimo con él.
Cuenta Alberti que Ignacio Sánchez Mejías era feroz cuando se proponía una cosa lográndolo siempre. Así que en el 3 de junio del año 1927 logra vestir de luces al poeta gaditano Rafael Alberti y hacer el paseíllo con él formando parte de su cuadrilla, en la Plaza de toros de Pontevedra. Aquel día alternaron en el cartel con Ignacio Sánchez Mejías, los toreros Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Antonio Márquez y el rejoneador cordobés Antonio Cañero, y se lidiaron toros de la ganadería de Murube. Al parecer, tan importante e insólito acontecimiento fue presenciado desde un tendido bajo por un testigo de excepción, don José María de Cossío, a quien Ignacio había insistido personalmente para que asistiera a esta corrida de toros.
Rafael Alberti lucia para tal ocasión un traje de luces “naranja y azabache”, traje de luto que Ignacio conservaba desde la trágica muerte de su cuñado Joselito en Talavera, siete años antes. Aquellos momentos los describe Alberti en sus memorias mejor que nadie y dice: “con cierto encogimiento de ombligo, desfilé por el ruedo entre sones de pasodobles y ecos de clarines. Después… ¡Oh! Cuando el primer cornúpeto, tremendo y deslumbrado, se arrancó pasando entre las tablas y mi pecho, comprendí la astronómica distancia que mediaba entre un hombre sentado ante un soneto y otro de pie y a cuerpo limpio bajo el sol, delante de ese mar, ciego rayo sin límite, que es un toro recién salido del chiquero. Menos mal que aquel público gallego no era de esos que piden “hule”, como el andaluz o el madrileño, y pude pasar desapercibido, dentro del callejón, durante toda la lidia. A la salida de la plaza, me corté la coleta: quiero decir que di por terminada mi carrera taurina. Tan sólo había durado tres horas”.
También Ignacio Sánchez Mejías se retiró inesperadamente de los toros aquella tarde y tal anuncio lo hizo públicamente en la plaza al brindarle el toro a José María Cossío: “Te brindo este toro -le dijo-, que será el último que mate”. Cuenta Cossío en su crónica que Ignacio estuvo con ese toro muy mediano. Se da la circunstancia que ese mismo día moría en la Plaza de Toros de Madrid el desdichado diestro Enrique Cano “Gavira”. La malicia del destino quiso establecer relación entre uno y otro acontecimiento, aunque no la hubo, ya que la noticia de la muerte de “Gavira” llegó al hotel de Pontevedra por la noche, e Ignacio manifestó su deseo de abandonar la carrera taurina por la tarde durante la corrida. Dejaba Ignacio su valiente aventura para meterse en otra, en donde las cornadas son a veces más graves. Cambió la arena por las tablas: de matador de toros a autor teatral. Así de inquieto fue este inmenso torero de tan marcada personalidad.