Un FIS venido a menos
Me gusta hablar del FIS antes y después de la Porticada. Esa es la esencia y la diferencia entre un Festival con mayúsculas, con actuaciones soberbias cada verano en Santander y este al que siguen llamando internacional. Con todos estos cambios y ‘el gratis para los privilegiados’ se ha perdido el respeto al arte. Es una pena ver como acuden algunos ‘agraciados’ a la gran muestra de arte en el Palacio de Festivales: penoso para un recinto sagrado de la cultura. Pero da igual, total, se han encontrado con dos entradas sin saber a dónde van: danza, concierto, recital… Al FIS se le está perdiendo el respeto y el rigor en todos los sentidos; en los últimos años, jamás escuché y leí una crítica, imagino por qué. Al único que le dieron caña fue al reverendo José Luis por alguna cosa rara, dijeron. Me interesaban sus proyectos, ‘lo otro’ que siga su camino. Pasan los años y aún no tenemos claro que es mejor, si tener menos actuaciones y de mayor calidad o rellenar una programación que entraría en cualquiera de los circuitos que realiza el propio Palacio. Con sus dudas y hostigamiento están quitando el interés logrado años atrás con invitaciones que no corresponden a un Festival con LXV ediciones.
“El que quiera arte que lo pague”, dicen muchos de los que están hartos de las subvenciones, esto no es así. ¿Por qué no programar con años de antelación una ópera o actuaciones que puedan verse únicamente en nuestro Festival? Seguimos acostumbrando a la gente a la ‘cultura free’ y eso no puede ser. Algo tan sencillo como conocer el precio justo de las cosas: una butaca en El Real para ver a Javier Camarena, Juan Diego o Anna Netrebko cuesta en torno a los 220 euros. Les aseguro que es el mejor dinero pagado por un espectáculo. Lo disfrutas con otra sensación: te vuelves respetuoso al máximo, crítico, exigente… Al FIS hay que volver a tenerle la consideración que se le tuvo en décadas anteriores; si no es así, no merece la pena seguir.
