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1623: Santander según sir Richard Wynn (I)

 

A principios de marzo de 1623 Carlos Estuardo, Príncipe de Gales y único hijo varón vivo de Jacobo I de Inglaterra se plantaba delante de las puertas de la residencia del embajador inglés en Madrid después de haber atravesado media Europa a caballo, de incógnito y con la única compañía de dos fieles servidores y del futuro Duque de Buckingham, que, aparte de ser amigo personal suyo, también disfrutaba de la condición de favorito (o valido) de su padre. A pesar de los peligros y dificultades que una aventura de este calibre suponía, el joven príncipe convenció a su padre, aunque con mucha dificultad, para que le dejara marchar. Estaba convencido de que con su presencia en Madrid forzaría a los españoles a cerrar de una vez por todas las negociaciones de matrimonio que las coronas de España e Inglaterra habían estado manteniendo, con más o menos altibajos, desde, al menos, 1611. Sin embargo, a pesar de que el Príncipe de Gales permaneció en Madrid aproximadamente seis meses, las negociaciones acabarían con un rotundo fracaso y Carlos finalmente se vería obligado a volverse a Inglaterra sin su amada Infanta María, hermana menor de Felipe IV, y profundamente herido en su orgullo.

Parte de su comitiva desembarcó en Santander, entre ellos sir Richard Wynn, un baronet galés  Caballero de la
Cámara Privada de Carlos Estuardo, quien posteriormente llegaría a desempeñar el cargo de Tesorero de la reina Enriqueta María,cuando el Príncipe de Gales alcanzó a ser Rey. Vástago de una notable familia galesa, era un noble refinado y culto que incluso hablaba latín, como en varios pasajes de su relato se encarga de consignar, lo que no era obstáculo para que se manifieste pleno de prejuicios sobre los españoles. A su regreso a Inglaterra escribió un interesante y expresivo relato del viaje de poco más de un mes por tienas de Cantabria y de Castilla

Así describe Santander:

Nuestro puerto se encuentra a una legua de las montañas, y se estima como el único bueno por estas partes. A su entrada se encuentra un pequeño fuerte ruinoso (el castillo de San Martín), con unas tres piezas de artillería; tal como está ahora equipado es de poca utilidad. Echamos el ancla frente a la villa, que nos pareció pobre cosa, ya que no tenia cristales en las ventanas ni chimeneas. No llevábamos mucho tiempo anclados cuando el Gobernador subió a bordo, comunicándonos que era deseo de su Señor que recibiéramos el mejor trato que nos pudiera dispensar.

El pueblo de esta villa es sorprendente: todos los hombres, tanto los de arriba como los más bajos, llevan hábitos de caballeros, incluyendo capas y espadas. No harán ninguna tarea desagradable, porque hacen de sus mujeres esclavas, no sólo dedicadas a trabajar la tierra, plantar y podar viñas, sino también a cargar todo tipo de bultos, tal como nuestros porteadores en Inglaterra. Hemos visto que los maridos se limitaban a mirarlas cuando estas mujeres venían con grandes baúles sobre la cabeza desde el playazo, a punto de hundirse bajo su peso; tanto era su orgullo que, estando al lado de ellas, desdeñaban usar las manos para ayudarlas cuando casi caían bajo el peso y toleraban que nuestra gente las ayudara mientras ellos permanecían derechos y reían.

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