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Montañeses en México

Es probable que Cantabria haya generado más empresarios fuera de la región que dentro. Sobre todo, en México. Desde que en el siglo XVIII comenzó una salida masiva desde los valles del interior hacia aquel país, varias generaciones de cántabros han tenido un papel muy relevante en la economía mexicana. Para recoger esta historia, el profesor Rafael Domínguez ha iniciado la recopilación de algunas de esas aventuras personales y ubicándolas en las circunstancias que llevaron a los montañeses a emigrar y a tener éxito en el Nuevo Mundo.
Puede parecer paradójico que Cantabria no haya sido una gran cantera de empresarios y, sin embargo, los hijos de la región emigrados a México hayan tenido un éxito tan notorio. Domínguez lo explica por varias circunstancias. Una de ellas es el temor al fracaso. Para los indianos, nunca fue fácil regresar con las manos vacías al pueblo del que partieron. Pero también por otras muchas circunstancias, entre ellas la acogida que encontraban en los familiares emigrados antes. Casi todas las fortunas que se han creado así parten de una modesta tienda de abarrotes (ultramarinos) y llegan a grandes cadenas de hipermercados (como los de la familia Losada); emporios agroalimentarios (familias Tricio y Porres); financieros (hermanos Cossío) o industriales, con el ejemplo de Manuel Abascal.
Las primeras emigraciones masivas
Los montañeses comenzaron a elegir México como destino principal de sus incursiones migratorias a partir del siglo XVIII, cuando el puerto de Cádiz sustituyó a Sevilla en el tráfico con las colonias. A pesar de la lejanía del lugar de embarque, muchos cántabros se desplazaron a Cádiz, donde, en la espera, no pocos acabaron por colocarse en las tiendas de aprovisionamiento de los barcos, sin llegar a salir del país. Así formaron un grupo humano característico, los jándalos. Al otro lado del Atlántico, en América, también eran los montañeses los que estaban al frente de las tiendas y del comercio al por mayor con los barcos que partían hacia España, lo que les dio una curiosa relevancia comercial a uno y otro lado de la línea.
En todos los casos, el éxito de los emigrantes cántabros que allí llegaron se sustentó en unas actitudes personales muy características. La primera de ellas fue la laboriosidad. Han sido numerosas las historias en las que el empresario llegó siendo poco más que un niño, para emplearse en el abarrote o la cantina de un pariente y, después de jornadas laborales de sol a sol, acabar durmiendo tras el mostrador o en el almacén.
Frugalidad y estudios
En las primeras oleadas quienes salen hacia México son los hidalgos pobres, dispuestos a utilizar su limpieza de sangre para encontrar una esposa de la nobleza criolla, y con ella una dote que les proporcionase un futuro que en España no podían encontrar. La tipología cambia en las emigraciones de los siglos XIX y XX, mucho más populares y sacrificadas. Los montañeses mostraron siempre un espíritu muy ahorrador, un fuerte arraigo religioso, una enorme frugalidad y un cierto nivel de estudios.
Domínguez destaca este factor como uno de los más relevantes para justificar el éxito que tuvieron en México y, de forma indirecta, para entender el propio devenir de nuestra región. Los indianos que salían adelante con sus negocios necesitaban de sus parientes españoles para recrecerlos, dado que sus hijos solían dedicarse a la milicia o a la Iglesia. Por eso reclamaban la presencia de sus sobrinos. Pero no bastaba con que fuesen de su estirpe, era imprescindible que supiesen leer, escribir y hacer cuentas. Y, para conseguirlo, desde muy pronto, pusieron especial énfasis en mejorar la educación en su tierra de origen.
Muchos de los indianos ricos crearon fundaciones en los pueblos donde nacieron, con objeto de construir escuelas y ofrecer a los muchachos una formación. Esa necesidad sentida en el otro lado del Atlántico tuvo mucho que ver en el hecho de que Cantabria se convirtiese en la primera la región española en estar completamente alfabetizada.
Los siglos XVIII y XIX
José de Escandón y la saga de los Setién fueron los indianos más representativos de la primera época. Escandón, colonizador del Nuevo Santander, creó un auténtico emporio comercial y fundó nada menos que 24 villas, a las que dio nombres relacionados con su provincia de origen, aunque la mayoría de ellos no han perdurado, ya que fueron modificados por la revolución de comienzos del siglo XX.
Los Setién triunfaron en Guanajuato con la minería y las actividades complementarias, ya que eran aviadores (vendedores de avíos para los mineros) y prestamistas.
La Independencia de México fue un momento difícil para los emigrantes cántabros, ya que prácticamente se vieron obligados a marcharse a excepción de aquellos que colaboraron en la financiación del nuevo Estado, que también los hubo, como el constructor de ferrocarriles Telesforo García Roiz.
Sagas familiares
A partir de 1880, México volvió a ser el destino favorito de los emigrantes montañeses, junto con Cuba, pero su objetivo fue cada vez más urbano. En esta época se formó una auténtica cadena migratoria, basada en sagas familiares, un fenómeno que permitía reducir los costes emocionales y aseguraba una plataforma para el desarrollo económico del recién llegado, que ya contaba con un empleo, aunque eso nunca garantizó que las cosas fuesen a resultar fáciles para él.
Pero la alternativa, en España, no era mejor. Ni para los fracasados que llegaban de vuelta, ni para los que triunfaron. Algunos empresarios que alcanzaron el éxito en el Nuevo Mundo y retornaron convencidos de que lo podrían repetir en su región de origen casi siempre obtuvieron unos resultados decepcionantes, lo que indica que en España era mucho más difícil triunfar.
El poder de los indianos montañeses en el siglo XIX llegó al punto de controlar el Consulado de México, el Tribunal de la Minería de Guanajuato, el Casino Español, una institución tan importante allí como la Beneficencia Española y la Cámara de Comercio Española. Incluso, se fundó el Partido Montañés que, con el Vizcaíno, se repartieron tanto poder durante una época que acabaron por convertirse en el referente a batir por parte de los nacionalistas.
Los magnates actuales
Personajes con tanta influencia como Casimiro del Collado, uno de los principales accionistas del Banco Nacional y de los ferrocarriles mexicanos o Félix Cuevas, conocido aquí por haber sufragado parte del asilo de Potes, son sucedidos en el siglo XX por una nueva hornada de empresarios de éxito: los Losada –con un imperio de hipermercados y supermercados–; los Abascal, con varias fábricas de plásticos; los Guerra o los Cossío, que tienen auténticos imperios económicos. Varios de ellos han aparecido en los listados que realiza la revista norteamericana Forbes con los nombres de los más ricos del Planeta.
Otón Porres, otro cántabro, es presidente de los azucareros y Eduardo Tricio, que tiene 200.000 cabezas de ganado en inmensas granjas con nombres de localidades montañesas, ha convertido su leche Lala en la primera del país, con un 40% de cuota tras la compra de Parmalat México. El grupo Lala tiene ocho fábricas, 128 centros de distribución y 3.500 camionetas de reparto y su influencia también crece muy rápido en el sur de los EE UU. Por su parte, Valentín Ruiz controla el grupo Intra, una corporación con industrias, empresas de servicios, constructoras y negocios agroalimentarios.
Más conocidos por sus actividades en España son los hermanos aceiteros Gómez Sainz, que se han convertido en los segundos mayores accionistas del grupo Cortefiel, con más de un 10% de las acciones, y de la constructora OHL, donde tienen el 5,6%.
Domínguez y sus colaboradores de varias universidades mexicanas que participarán en el libro prestarán atención también a algunas de estas historias particulares, como la de Florencio Gómez Cuétara –fundador de las Galletas Cuétara a su retorno a España– y recogerán la evolución de los empresarios que en México se siguen sintiendo cántabros, por muchas generaciones que hayan pasado desde su marcha.
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