Félix Rodríguez: Gloria caída

Se cumple el septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Félix Rodríguez, un torero adelantado a su tiempo

Por José Luis Benlloch
Este es un Encuentro onírico con quien fue mi ídolo desde muy joven. Se lo debía -o, mejor, me lo debía- esta temporada en la que se cumplen 75 años de su muerte sin que nadie le recordase. Es Félix Rodríguez. Un valenciano nacido en Santander por razones de trabajo paterno, un cántabro, no se enfade nadie, que vivió y creció en Valencia desde los primeros meses de vida por las mismas razones. Él fue el modelo de torero romántico llevado al extremo.

– Fue un clásico, un rebelde, un osado, un transgresor, un seductor, un valiente, un equivocado, un torerazo en el sentido más largo e intenso del término

– Para él el toreo fue grandeza y la sorbió con exagerada fruición, sin límite. Muy pronto, cuando se instaló en las alturas, una maldita enfermedad se lo llevó por delante en la plenitud de su vida

– Fue un adelantado a su tiempo, basta con ver las fotos, el atalonamiento frente al toreo de puntillas que tanto se llevaba, el medio pecho, la altura de los engaños y el regusto que se desprendía de sus formas para comprobarlo

– Lo tuvo todo y lo malgastó todo, prestigio, fortuna, relaciones y hasta su propia vida. No fue un Juncal, quite usted, él fue figura máxima en su tiempo, fue en todo caso el ejemplo extremo de lo que se entiende por un juguete roto

– “El mejor torero de cuantos he conocido fue un paisano de ustedes, se llamaba Félix Rodríguez… ¡qué torero!, el mejor, el que de verdad pudo suceder a Joselito. ¡Qué pena…!”, me dijo Armillita

– “Como aquel Félix no hubo otro”, contó Alpargaterito; “de los más importantes de la historia”, dijo Alfredo Corrochano, “deslumbrante, un espectáculo”, resumió Pepe Dominguín…

Aquel joven le pegó fuego a su vida en la hoguera de una torería que asombró a todos sus coetáneos. Comenzando por el gran Armillita, que cuando le pregunté en el callejón de La Monumental de Barcelona, en la que estaba acompañando a su hijo Miguel, después gran amigo y entonces novillero que seguía la huella de su padre, “El torero más grande que usted conoció en su larga carrera debió ser Joselito El Gallo, ¿verdad?”; me respondió inmediatamente: “No; Joselito era muy bueno, pero el mejor torero que yo he conocido se llamaba Félix Rodríguez”. Y me contó una serie de cosas que revelaban en aquel torero un personaje singular e irrepetible. Para terminar recordando con los ojos semientornados: “Aquel no era un torero, era un sueño vestido de luces”.

Decían que inventó el whisky. Y si no lo inventó le dio carta de naturaleza, porque en una época en que primaba el vino tinto él se entendía con el escocés de maravilla. Era un guapo mozo, un tipazo, al que se rifaban las mujeres por su simpatía y desenvoltura. Un auténtico “echao palante”. Las mujeres se le rendían y una artista del circo Krone le rindió a él. Estuvo enfermo mucho tiempo, luchó por la vida que tanto le gustaba exprimir, y entre altos y bajos, entrando y saliendo del hospital para tratar de curarse aquella enfermedad maldita, y con muy pocas facultades ya, siguió toreando; y así y todo daba la talla de su extraordinaria categoría torera.

Tenía que recostarse en las paredes de los patios de caballos para mantenerse en pie antes del paseíllo, y a veces lo hacía entre náuseas y mareos porque el cuerpo apenas le aguantaba ya. Pero pese a su angustiosa situación, me decía Armillita, “cuando salía el toro se le olvidaba el dolor y por poco que te descuidaras te daba un auténtico baño. Porque aquel hombre tenía un volcán en el pecho. Era todo corazón y torería”.Lo mató la vida, una vida a la que no le dio tregua en su afán de vivirla a tope. Gracias José Luis, por recordarnos con tu prosa maestra a aquel tremendo personaje.

José Lui Benlloch / Paco Mora en Aplausos

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