SDR EN LA RED

El casticismo regional de Manuel Llano

 

Miguel Ángel García Guinea ,16 febrero 1977

 

Entre los escritores montañeses que yo leo y releo con fruición y con calma está Manuel Llano. De él, más de su biografía que de su obra, se han hecho estudios con mejor o peor acierto, y nunca con la visión del poeta, que es la que le corresponde, sino con la minuciosa taquigrafía de la erudición que es precisamente la que no le corresponde, y, a veces, incluso con el obsesivo y pueril regodeo del documento fotocopiado, que transforma en administrativa, y por tanto minimizada, la labor creadora y genial de una mente enemiga, sin duda, de los papeles y las instancias.
A Manuel Llano, le entendió mejor que nadie, a pesar de utilizar para ello tan sólo dos páginas, Don Miguel de Unamuno en el prólogo que puso a “Retablo infantil” en 1935. “Lo que más me ganó y prendió a la obra de Llano fue su más íntimo fondo –el fondo de su fondo- o sea “la lengua”. Llano tiene –sigue diciendo Unamuno- más y mejor que el conocimiento de la lengua castellana montañesa: tiene el sentimiento de ella”. Y dice bien en esto Don Miguel, porque lo dice todo. Manuel Llano utiliza la palabra no como “útil”, como medio, sino como algo primordial y decisivo. La palabra para Llano es todo, porque en ella se recrea, cada vez que surge de su pluma, el Universo. Manuel Llano cincela el paisaje y, como un escultor, lo va dando forma, luz, olor y sentido con la palabra. Y ésta misma, ahonda tanto en la búsqueda de sensaciones que a fuerza de matizar –como el pintor en su cuadro- nos va ofreciendo la emoción desde todos los puntos de vista, hasta llegar, en su afán de limpieza de líneas, a despellejar el objeto para darnos su desnudez más pura, su anatomía.
Manuel Llano es un estilista del lenguaje y un poeta lleno de franciscanismo campesino. Todas las cosas de la Naturaleza viven, para él, casi cargadas de sensibilidad humana. Ni los árboles, ni el viento, ni las aguas que braman “en los canales montesinos”, son algo inerte y sin vida. Parecen sentir y sufrir y reír con los hombres. El sol contempla, como una persona, desde su alto trono de los cielos. “Entran en la sala –dice Llano, en Brañaflor- las últimas miradas del sol”.  El escritor de Cabuérniga anota con minuciosidad el sentir y el ser de las cosas más pequeñas, y las envuelve –en este caso como Azorín- de una paz, serenidad y ensueño, como si todo el mundo universo, por su pluma, se enfundase en un esfumato de melancolía. “Una inefable tristeza inunda las cosas”, dice, o “Son más intensos los bramidos del río y más apacibles los silencios y más mansas las soledades”.

En su prosa se hace defensor de lo humilde y de lo sencillo. Y los hechos mil veces repetidos de la vida adquieren en él la sensación de ofrecérsenos en el primer día de la creación: “Ya ha venido el Pecu en Brañaflor. Luego vendrán las golondrinas”.
En Llano hay también – por su continuo acercamiento a la vida del pueblo, de las aldeas- un aire solanesco en tantas cosas. En su prosa estamos asistiendo al final de mil siglos de humanidad fanática, un mundo de superstición y de misterio, pero también, como contraposición, al último canto del cisne de la cultura campesina. Lo bucólico en Llano –él, que fue pastor- está siempre presente como algo que progresivamente se va purificando: “La flauta de nogal verde ha cantado al amanecer”. Y lo popular se afina a veces en una captación casi garcíalorquiana. “Ay, que se me lleva el aire, ay que el aire se me lleva”.
Su vocabulario tiene toda la cadencia secular de lo pueblerino: camberas, ramblizas, tozos, mancera, varas de estirpia, berronas, recilla, compango, etc., y con él Llano se hinca, como un arado, en la tierra y va descubriendo el sueño del lenguaje olvidado y arrumbado por los siglos.
Sus libros – Brañaflor, Retablo infantil, El sol de los muertos, etc.- deberían ser de obligatoria lectura en nuestras escuelas e Institutos, como el Quijote, porque en ellos está aprisionado el espíritu de nuestros pueblos, de nuestros montes, pastores, campesinos, brañas, tan muertos siempre y tan perdidos ya, que la obra de Llano hasta arqueológicamente puede valorarse

 

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