Gran parte de la población joven de los antiguos mareantes había desaparecido con los naufragios y las guerras. Todavía cuando llegó Isabel II a Santander en 1861, le fueron presentados cinco marineros supervivientes de la batalla de Trafalgar.De otro tipo eran los escándalos que, a veces, se producían en la calle del Carbón, en la que había una mancebía.En los barrios más apartados se podía ver a los aldeanos arreando las vacas por la calle, y, en los mercados, a las pasiegas vendiendo quesos y mantequillas, haciendo compañía a los labradores que bajaban de
Monte y San Román con sus productos del campo.Los niños de la calle jugaban allí sus monedas al “palmo” o “a la
rayuela”, pero había también otras diversiones más permitidas a las que se entregaban los niños de entonces que iban a echar la cometa a Prado de Viñas o se divertían con las canicas, “los plomos”, “el taco” o se iban a comprar caramelos al puesto de la tía Marcelina en la Plaza Vieja.
La vida en Santander a mediados del siglo XIX.Benito Madariaga
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