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Mateo Escagedo Salmón: la Guerra de La Independencia

La perfidia napoleónica, ayudada de los malos ministros del insensato Carlos IV, ocupó las plazas fuertes españolas, expatrió parte de nuestro Ejército en Dinamarca y Portugal y el León de Castilla se vió, cuando menos lo pensaba, atado al carro del imperio francés.

Mucho debía preocupar al Emperador Corso la situación de la provincia de Santander, cuando Bessieres, general del ejército imperial acantonado en Burgos, escribía á los santanderinos, con fecha de 28 de abril de 1808, que el Emperador había llevado muy á mal el movimiento subversivo del pueblo bajo de Santander, que no guardaba la mayor tranquilidad y armonía á las órdenes de Napoleón, lo cual, decía, era reprensible, ya “que la buena armonía (de España) con la nación francesa ha seguido y sigue sin la menor interrupción”, y amenazaba arrasar la ciudad si se repetían los actos sediciosos.

Esto era curarse en plena salud, porque los santanderinos, hasta esta fecha, estuvieron completamente tranquilos, pero demuestra el gran interés que tenían los franceses en que esta provincia no se insurreccionase.

¿Pensaban que aquí, en la tierra cántabra, empezó la épica lucha contra los sarracenos?

La figura más saliente de toda la guerra de la Independencia fué el montañés don Pedro de Velarde, nacido en Muriedas el 19 de octubre de 1779. Su ejemplo, muriendo gloriosamente en el Parque de Artillería en Madrid, el día más grande que ha lucido el sol para la tierra española, el 2 de Mayo de 1808, enardeció los ánimos de sus paisanos montañeses.

El primero que dió el grito de alarma en nuestra provincia fué el inmortal Prelado, que entonces la gobernaba, don Rafael Menéndez de Luarca. Este publicó un brioso escrito el 22 de mayo de 1808, en que decía á los montañeses, excitándolos á empuñar las armas contra el ejército imperial: “¿Qué os detiene? ¿Acaso la superioridad de los Jueces? No… pues yo soy el único que hay en esta plaza y os franqueo lo que queráis. ¿Os detiene acaso el Consejo de vuestro padre espiritual, Pastor y Prelado? Pues seguidle, que con él navegaréis seguros. Acudid, pues, á él para que os sirva de general, á quien únicamente debéis obedecer. ¿Os detiene la falta de uno que levante el grito? Pues hacedlo todos á una voz. ¿Os detiene la falta de dinero para gastos? Ahí tenéis cuarenta mil duros en la Oficina de Marina; millón y medio en la Aduana. La casa de Labat, la de Planté, la de Vial y la de otros infinitos que os darán lo que pidáis y sino vosotros, como dueños, os lo tomaréis. Y el pueblo todo y la provincia toda junta os ayudará; pues ¿qué os detiene? Manos á la obra, nunca mejor que ahora podéis ser felices; nunca podreis apagar la sed que teneis de sangre francesa sino ahora. A pelear por la Religión, por Dios, por Jesucristo, por el Rey, por la Patria, por el pueblo, por la justicia y por vuestra seguridad, pues de lo contrario se llega vuestra perdición. -Santander, 22 de mayo de 1808.”

Esta briosa proclama contra Napoleón y contra el Gran Duque de Bergajo, como llamaba el ilustre Prelado al duque de Bergs, fué el reguero de pólvora que levantó los ánimos de los santanderinos y sólo se necesitaba la chispa para que la mina estallase, y ésta llegó cuatro días más tarde. Pablo Carreyron, francés, que vivía en la Plaza Vieja, reprendió en la calle del Arcillero á un niño por un motivo insignificante; el padre de éste salió en defensa de él y abofeteó al francés. La riña fué atrayendo á la gente que cruzaba pacíficamente las calles y sin miras hostiles; soliviantados los ánimos, se amotinó el pueblo, tocando las campanas de la Catedral á rebato y los tambores del regimiento provincial de Laredo que guarnecía la ciudad, á generala; á los gritos de ¡Viva Fernando VII ! ¡Muera Napoleón, muera Bessieres, mueran los franceses!, se corrieron las calles en numerosas patrullas, y sabe Dios lo que hubiese sucedido por lo excitados que estaban los ánimos; pero las compañías del provincial de Laredo recogieron á los franceses que había en la ciudad y los llevaron al cuartel de San Felipe.

Dado este paso tan importante y sublevada la población, se reunieron las autoridades para tomar las necesarias disposiciones, y armaron inmediatamente á los paisanos que pudieron y en número de 800 los pusieron á disposición de don José Velarde, coronel del provincial de Laredo.

El día siguiente nombraron presidente de la Junta Suprema de Santander al ilustrísimo Prelado, que estaba en su palacio de Maliaño (hoy convento de religiosas Carmelitas) y, aunque al principio se opuso á aceptar el nombramiento, por fin acató la decisión de las fuerzas vivas de la ciudad, poniéndose á la cabeza del movimiento.

Pocos días después entró en Santander un hermoso barco francés cargado con frutos americanos, y al dar cuenta al Prelado de que le habían apresado para que no se hiciese á la mar, les preguntó:

– Ese buque ¿es del Emperador de los franceses?
– No, señor.
– ¿Es de su armada?
– Tampoco.
– ¿De los que ostensiblemente nos hacen la guerra?
– Señor, es un buque mercante y su carga pertenece á los armadores ó á cualesquiera otros.
– Pues, entonces, dejemos marchar en paz á sus inocentes tripulantes y no perjudiquemos á ninguno; el buque está en libertad para salir cuando quiera….

“Lo que sí podemos hacer es suplicar al capitán que conduzca á Francia á los compatriotas suyos que tenemos presos en el cuartel de S. Felipe, y si accede á llevarlos, que embarquen y vayan todos con Dios; que no digan nunca que la nación española no es una nación magnánima, ni que Santander deja de seguir los impulsos de tan nobles sentimientos, ni que nuestro Prelado no sabe cumplir como cristiano el precepto de Jesucristo que nos enseña á devolver bien por mal, á perdonar los agravios y á considerar que todos los hombres somos hermanos.”

En el mismo día se embarcaron los presos, que no tardaron en ser conducidos á su patria.

Instalada en Santander la Junta General de la provincia, procedió ésta á un alistamiento general, y en aquellos momentos de entusiasmo patriótico se alistaron en el Ejército lo mismo el labrador y leñador del campo que el capitalista y comerciante de la ciudad; con esta gente sin instrucción militar y casi sin armamento, se formaron tres divisiones, una al mando de don Manuel Velarde, coronel del Ejército, que fué promovido á capitán general, y constaba ésta, que se situó cerca de Reinosa para defender la entrada por la carretera en las gargantas de Lantueno, con el regimiento de provinciales de Laredo y gente bisoña, todos venían á ser unos 5.000 hombres y algunas piezas de artillería. Don Emeterio Velarde, hijo del anterior, ocupó el Escudo con 2.500 hombres, y otra partida de 1.000, organizada en Santoña y Laredo, fué á Los Tornos para cerrar la entrada por este sitio. En Lantueno hizo sus primeras armas el joven y más tarde famoso guerrillero, don Juan López Campillo, que, impulsado por el patriotismo, dejó la pluma por el fusil.

Bessieres recibió órdenes de Napoleón para que enviase á Santander la fuerza que creyese necesaria para sofocar la insurrección naciente; no se descuidó este general en cumplir las órdenes del Emperador, y el 2 de junio salió de Burgos el general Merle con seis batallones y doscientos caballos contra Santander por la parte de Reinosa; al amago de la invasión, las fuerzas cántabras que estaban en los Tornos y en el Escudo se acercaron á Reinosa, en donde esperaban ser acometidas el día 5, pero Merle retrocedió á Valladolid, que se había insurreccionado, á cuyo frente estaba el general Cuesta, á quien los franceses temían por su heroico valor en Puigcerdá, donde el general montañés había cogido prisioneros á varios generales franceses.

Derrotado Cuesta en Cabezón, permanecieron los imperiales hasta el 16 en Valladolid, y el 21 Merle atacaba á los cántabros en Lantueno y Somahoz, y después de batirles entró en Santander el 23 del mismo mes de junio, en compañía de Ducós, que había derrotado á don Emeterio Velarde en el Escudo.

Quedó el país ocupado por los franceses, no sin que los hostilizasen los guerrilleros Campillo, Longa y Herreros, y las tropas fugitivas se incorporaron al Ejército que formó en Asturias y Galicia.

Los franceses, dueños de la provincia, impusieron á ésta una contribución de guerra de doce millones de reales, que no llegaron á pagarse.

El 12 de julio, los franceses abandonaron á Santander, creyendo que no volvería á sublevarse la ciudad y provincia, ya que los montañeses estaban peleando en Rioja, Soria, Asturias y Galicia.

Evacuada Santander por los imperiales, llegaron á este puerto el 9 de octubre las tropas españolas que estaban en Dinamarca, y de donde, para escapar, habían sufrido tremendas calamidades y heroicos sacrificios. Con estos beneméritos soldados que venían á luchar en el patrio suelo se formó una división á las órdenes de San Román, que se batió en la batalla de Espinosa.

Mateo Escagedo Salmón

Crónica de la Provincia de Santander  (Tomo II) (1922)

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