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Emil Cioran y Santander

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En las montañas de Santander, en medio de un paisaje soberbio, las vacas con su aire triste, al decir de mi amigo Nuñez Morante:
– ¿Y porqué están así?, -le dije yo-. Tienen todo aquello con lo que yo sueño: el silencio, el cielo…
– Tienen tristeza de ser, por ser [en español, en el original] -me respondió él-.

Cioran,  “Cuadernos”605 (Pág. 77 – 1)

Emil Cioran fue un filósofo y moralista de origen rumano que escribió en lengua francesa, cuya obra nihilista e irónica es la de un pensador radicalmente pesimista. Cioran nació en la localidad rumana de Rasinari en 1911 y, tras cursar estudios de filosofía en Bucarest y escribir una tesis sobre el filósofo francés Henri Bergson (que le valió obtener en 1937 una beca del Instituto Francés), se trasladó a Francia. Tras elegir la condición de apátrida, residió en este país hasta su muerte. Su libro Breviario de podredumbre (1949), primer texto escrito en francés como desafío hacia una lengua de adopción, es una manera de mantenerse prudentemente a distancia de su afectividad y de hacer frente a la propensión a la exageración que estigmatiza en todos los comportamientos humanos. Sus otros ensayos, Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir (1956), La caída en el tiempo (1965), Del inconveniente de haber nacido (1973), son otras tantas acusaciones virulentas y metódicas contra las ideologías, las religiones y las filosofías inventadas por el hombre para justificar su existencia y sus actos. Convencido de la miseria fundamental de la criatura humana, de la burla de todas las cosas, ascético en extremo en su estilo y su pensamiento tanto como en su existencia, este gran admirador de los prosistas del siglo XVIII manejaba, al igual que ellos, el aforismo, el silogismo y la paradoja corrosiva. Su gusto por lo peor y su amargura apocalíptica le valieron ser presentado como un esteta de la desesperación o un cortesano del vacío, calificaciones que recibió con complacencia irónica, ya que él mismo se prestaba de buen grado a la autocaricatura al describirse a sí mismo como un sepulturero con un barniz de metafísica, un triste por decreto divino o un mortinato de clarividencia. Otras obras suyas son Ejercicios de admiración (1986) y El crepúsculo del pensamiento (1991)
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A finales de los años cincuenta del pasado siglo,  Cioran decidió acudir al balneario de Liérganes desde su apartamento parisino para pasar unas semanas de descanso. Las escasas distracciones que por aquel entonces ofrecía el pequeño pueblo, empujaron al filósofo a coger un tren de cercanías para acercarse hasta la capital de la provincia. En una de aquellas primeras visitas, durante el corto trayecto en tren, a Cioran comenzó a dolerle la cabeza, por lo que nada más llegar a la estación se acercó en busca de aspirinas a la primera farmacia que vio a mano, la de Manuel Núñez Morante, situada en el entorno de la estación de ferrocarril.

Entró el escritor y le pidió al dependiente lo que necesitaba en una llamativa mezcla de español e italiano. El mancebo, naturalmente, no entendió nada, iniciándose al tiempo dos monólogos condenados de antemano al fracaso. La extraña cháchara llamó la atención del farmacéutico, que como era habitual en él, se encontraba leyendo en la rebotica. Dada la confusión reinante, decidió salir de su cubículo e intentar mediar en el asunto, quedándose perplejo al reconocer al rumano, cuya imagen le era familiar por haberla visto en libros y revistas francesas. Esta perplejidad pronto la compartió con Cioran cuando pronunció en voz alta su nombre. ¿Cioran en Santander, en mi farmacia?, debió pensar Núñez Morante. ¿Reconocido en Santander por un farmacéntico ilustrado que me lee en francés?, debió pensar Cioran.

Bueno, pues este fue el origen de una amistad que se prolongaría en el tiempo, por medio de cartas y llamadas, hasta la muerte de Núñez Morante, dado que las visitas de Cioran a nuestra región sólo se produjeron, como ya se ha dicho más arriba, en los años finales de la década de los 50.

 

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