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Hidalgos en la Montaña: Dos ‘cucas’ y una castaña

 

El hidalgo montañés era en realidad pobre, pero muy sobrado de ingenio, esforzado y tenaz, y ya sabemos que en el siglo XVII, prácticamente todos los habitantes de lo que hoy es Cantabria eran de tal naturaleza

 

MARÍA DEL CARMEN GONZÁLEZ ECHEGARAY/HISTORIADORA

 

Bueno, no es para tanto la cosa, pero en ese criterio nos han tenido siempre, no digo yo que solamente las personas algo cortas de cultura, sino también las que presumen de ‘titulitis’. Muchas veces hemos oído en conferencias y leído en libros, que el hidalgo montañés era un señorito vago, montado sobre un rocín con el ‘capillu’ roto, que señalaba las tierras que fueron posesión de sus mayores. El que esto dice no conoce la realidad, o la desprecia por no molestarse en estudiarla y comprobarla.

El hidalgo montañés era en realidad pobre, pero muy sobrado de ingenio, esforzado y tenaz, y ya sabemos que en el siglo XVII, prácticamente todos los habitantes de lo que hoy es Cantabria eran de tal naturaleza, como diría muy sabiamente don Mateo Escagedo: «La hidalguía no es un estamento social, sino una calidad de raza». Los hidalgos o nobles de la baja nobleza, eran trabajadores que ante la miseria y estrechez de nuestra tierra salían en busca de otros horizontes a veces lejanos, como escuderos de la alta nobleza, lo que les hacía llegar a elevados puestos de Administración civil, militar y religiosa e incluso a títulos nobiliarios.

Muchas veces hemos hablado de estos hidalgos, canteros, campaneros y artífices especialmente trasmeranos. También se está haciendo actualmente selección de indianos o ‘jándalos’, por la Universidad de Cantabria, pero aún hay mucho más que decir, y hoy nos vamos a dedicar a otro tipo de trabajos para lo que era necesaria la prueba de nobleza, reflejada en los Padrones de Hidalguía, efectuados cada siete años para el pago de la moneda forera. Nos vamos a referir a los Correos Reales del Valle de Carriedo.

Indagando en los Protocolos del Valle de Carriedo, nos encontramos con numerosas citas relativas a ‘Correos de a Caballo de Su Majestad el Rey’, cuyas citas y noticias estaban fechadas a finales del siglo XVI.

Se dice en sus Ordenanzas, que estos Correos de a Caballo, llevaban al pecho bordadas las armas reales, troqueladas sobre un escudo protector para facilitarles poder transitar por el Camino Real sin dificultad, y tenían privilegios como el de ser inviolables como los Embajadores y Legados, y que ni aún otros soberanos podían detenerlos ni asaltarlos por ninguna causa civil. Cuando llegaban a las ciudades o villas, «si las puertas estuvieran cerradas, se les debía de abrir, y en caso de cerco, en las plazas fuertes, se les tirarían sobre los fosos, canastillas atadas con cuerdas para que depositaran en ellas los pliegos reales, o a poder ser abríanles los portillos o poternas secretas»…

No siempre se cumplían estas ordenanzas y los soberanos de otros países intervenían la correspondencia y asesinaban al correo. Muchos datos de estas muertes encontramos en Carriedo a lo largo de cuatro siglos. Localizamos a unos ochenta Correos procedentes casi todos del Valle de Carriedo. Comenzando por orden alfabético, don Andrés de Arce, natural de Selaya, fue Correo Mayor de Italia en 1691, don Juan Francisco Sanz Pardo, fue Correo de a Caballo en 1572, y nació en Villacarriedo.

Los Correos de este Valle, «llevan agora las armas reales al pecho, y en el lugar de la cornetilla de bronce que usan en casi toda Alemania, se sirven del látigo con cuyo chasquido avisan para que se les de paso y se les prevengan los caballos que han de mudar»

Como nos decía don Gonzalo Fernández de Velasco, anterior dueño del Palacio de Soñanes, charlando en el Centro de Estudios Montañeses: «Látigos en Pellejeros, novedades en la Corte» con lo que se avisaba de alguna sospecha política al llegar los correos a su valle, al llamado Barrio de Pellejeros, donde se fabricaban los vergajos propios del oficio.

Sabias intuiciones muy pasiegas que como todos los refranes populares algo querían barruntar…Y de la peligrosidad de este oficio nos da idea el inicio del testamento de don Benito Mazorra de la Castañera, quien dice al comenzar su testamento: «Hallándome en tal oficio y conociendo los notorios peligros de él, temiéndome la muerte ».

Eran unos valientes los hidalgos del Valle de Carriedo, que llegaron a fundar una Crofadía en la capital de España, en el Convento del Carmen, en la que muchos de ellos eran Mazorras, Arces, Pérez de Soñanes, Rebollar, Miera, etc. y a la que se encomendaban al iniciar viaje tan peligroso… «El hidalgo montañés era en realidad pobre, pero muy sobrado de ingenio, esforzado y tenaz»

 

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