El “cagueta” de los tranvías santanderinos

 

En Santander hubo varios trenes populares. Uno de ellos fue el de Gandarillas, con su fascinante locomotora ‘Magdalena’ (qué bonita era). Estos singulares transportes urbanos contaban con la imprescindible asistencia de un personaje denominado popularmente ‘cagueta’. Su labor consistía en ír delante del convoy, a paso ligero o a toda mecha, mientras advertía a los transeúntes de la próxima llegada del terrible monstruo de acero banderín rojo en mano. Como parecía que el tren quería cogerle por detrás la gente empezó a llamarle ‘cagueta’ por su teórica falta de valentía al ‘salir corriendo’. Genial. Se acompañaba de un sonoro cornetín para idéntica finalidad: evitar accidentes.
El ‘cagueta’ del tren de Pombo, por ejemplo, era un francés atlético llamado Pablo Lefebre. Sus pies-piernas descansaban al llegar a la Plazuela del Príncipe, the end del viaje cuando la sociedad El Sardinero unificara las aludidas líneas. Cobraba, al parecer, el bueno de Pablo un jornal de diez reales diarios y, narran las crónicas, aguantó -qué remedio- días de agua incesante, frío horroroso y sol implacable. O sea, que aguantó de todo el pobre hombre. Y siempre haciendo músculo. Por músculo no quedaba. Según la prensa de la época, cierto día hizo ¡200 kilómetros!. Demasié.
Agonizó esta figura popular con la llegada del modernísimo tranvía eléctrico. El anhelado progreso, sí, qué le vamos a hacer, acabó con el oficio de avisatrenes. Como publicara ‘El Diario Montañés’ en enero de 1920 y recogiera Rafael Gutiérrez Colomer en su magnífico libro ‘Tipos populares santanderinos’ (idea para el Ayuntamiento de Santander: reedítese esta obra, es una joya, sería muy interesante que la conocieran las nuevas generaciones), en el último tramo de su propia existencia Pablo «paseaba por las calles de la población casi en la miseria y muchos transeúntes le miraban con indiferencia, sin tener en cuenta que en alguna ocasión pudo prevenirles de posibles accidentes con el agudo toque de su cornetín». Muchos Pablos ha habido, hay y habrá. La vida, a veces, es así de ingrata.

Publicado en el D.Montañés.

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