El muelle de las Naos, efecto de su libérrimo gobierno, ha sido siempre para los hijos de Santander, el teatro de sus proezas infantiles. Allí se corría la cátedra ; allí se verificaban nuestros desafíos a trompada suelta; allí nos familiarizábamos con los peligros de la mar; allí se desgarraban nuestros vestidos; allí quedaba nuestra roñosa moneda, víctima de las chapas o del cañé ; allí, en una palabra, nos entregábamos de lleno a las exigencias de la edad, pues el bastón del polizonte nunca pasó de la esquina de la Pescadería ; y no sé , en verdad , si porque los vigilantes juzgaban el territorio hecho una balsa de aceite, o porque, a fuer de prudentes, huían de él para poner en salvo su salud: esta razón es la más probable; y no porque nosotros fuéramos tan bravos que osáramos prender a la justicia…
José María de Pereda, Escenas Montañesas