Por aquella época, la Pescadería, en plena calle, parecía un aduar africano. Debajo de un sucio toldo, que sostenía un indecente tentemozo, estaban sentadas nuestras pescaderas sobre un banco, más sucio que limpio, ante un largo capacho, que ellas llaman «comedor», debajo del cual, en un cestito que no pasaría de doce centímetros de diámetro, iban depositando el dinero de la venta del día.
El Cantábrico, 1921