Los santanderinos, teníamos antiguamente nuestro baile típico, conocido con el nombre de la jeringosa. Las verbenas, romerías y bodas, siempre terminaban con ese baile, como fin de fiesta.
Consistía este baile en la formación de un gran corro de gentes, en cuyo centro se colocaba una pareja de ambos sexos, que bailaban al son de fuertes palmadas, mientras cantaban todos al unísono:
«Salga usté! ¡Salga usté!
Que le quiero ver bailar,
saltar y brincar.
Y dar vueltas al aire;
ésta es la jeringosa del baile,
con su jeringosa.
Por lo bien que lo baila esa moza;
mas siga bailando,
si a la moza le gusta el remango.
¡Déjela usté sola, solita, sola!».
Y, al llegar a esta parte del baile, se retiraba el mozo, dejando sola a la moza en el centro del corro, donde seguía bailando, haciendo mil filigranas y habilidades, mientras los demás palmoteaban y cantaban, repitiendo la letrilla, menos el último verso, que lo cambiaban por aquello de:
«Y busque compaña».
Suspendíase entonces el baile, elegía la moza un nuevo bailador y reanudábase la jeringosa, con la sola diferencia de cambiar en la letra el femenino por el masculino, resultando así que la segunda vez era el mozo el que quedaba solo, con derecho a elegir moza, y así, sucesivamente, se iban sucediendo bailes y más bailes, hasta que terminaba la fiesta.
La canción y baile adolecían de alguna monotonía ciertamente, pero eran movidos y tenían su intríngulis.
Muchas veces sirvió la jeringosa para establecer entre las parejas relaciones amorosas, que en muchas ocasiones terminaron en la vicaría.
Cuando una pareja mutuamente se elegían dos veces seguidas, generalmente se daba por terminado el baile,más entendían que entre los bailadores se había establecido una especie de compromiso tácito con otros fines. Otras veces, si el bailador o bailadora tenían deseos de que la fiesta tuviese un carácter más alegre, elegían al nuevo bailador fuera del corro, y si el elegido era un tipo grotesco, no hay porque hablar del jaleo que allí se armaría.
El baile era de una tiranía aplastante. Y digo esto, porque una vez invitado uno, tenía que bailar, o se armaba la de Dios es Cristo.
El Cantábrico, 1921