Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, decía que «era peregrino o nuevo entre españoles el linaje que en la montaña no tenía solar conocido». Y decía bien, porque en la montaña lucen como en heráldico museo, armiños de los Guzmanes, calderas de las Laras,tanda de los Mendozas, panelas de los Guevaras, mote angélico de los Vegas,
roeles de los Castros, veros de los Velascos; texto original y primitivo de los anales patrios, única letra viva durante siglos para el pueblo que de otras letras no sabía; cifra elocuente y compendiosa de determinados tiempos, de
determinadas leyes, de determinadas creencias, de determinados vínculos sociales; no lisonja exclusiva de la soberbia, ni ostentación vacía de la vanidad y pábulo de la ignorancia; prenda de viriles servicios y viriles recompensas; voz figurada de los muertos que hablaba perennemente a los vivos de lealtad, de valor, de olvido de sí mismo, de necesario y nunca regateado sacrificio; corona de merecimientos cuyo pago, para ser cumplido y dejar al deudor satisfecho, había de extenderse más allá de la vida del que los granjeaba y extenderse a sus hijos y descendencia. ¡Grandeza inmensa de alma pensar que de señaladasacciones el pago no era bastante si no alcanzaba a los hijos; y dar la vida ysolicitar la muerte, no por propia ambición, sino para blasón de la raza!